Sunday, March 27, 2016

CRISTO HA VENIDO PARA QUE TENGAMOS VIDA Y VIDA EN ABUNDANCIA...Mensaje de Pascua 2016 Fr. Raúl Vera, O.P., Obispo de Saltillo



«¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado” (Lc 24,5b-6)



La Resurrección de Jesucristo. El Bautismo y el Perdón del pecado del mundo. Vivimos la fuerza del Amor que produce Vida

El Evangelio de San Lucas nos narra que un grupo de mujeres, que había estado presente en el Calvario el día que Jesús murió crucificado y que vió dónde habían colocado su cuerpo, fue al sepulcro el primer día de la semana muy de madrugada, preparadas para ungir el cuerpo de Jesús. Sin embargo se encontraron con que la piedra que cubría el ingreso del sepulcro había sido retirada; entraron pero no vieron el cuerpo, lo que las dejó desconcertadas (Cf. Lc. 24,1-4). En ese momento se presentaron ante ellas dos varones con vestidos resplandecientes, por lo que se llenaron de miedo e inclinaron su rostro en tierra, los varones les dijeron: «¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Recuerden lo que Él les decía cuando aún estaba en Galilea: «Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de los pecadores, que sea crucificado y que resucite al tercer día». Ellas recordaron sus palabras (Lc. 24,5-8).

Las mujeres fueron inmediatamente a contar a los Apóstoles lo sucedido, pero ellos no les creyeron (Cf. Lc 24,9-11). No obstante Pedro fue al sepulcro a cerciorarse y ver qué pasaba; encontró el sepulcro como las mujeres lo habían contado, estaban en él sólo los lienzos con los que Jesús había sido envuelto después de que embalsamaron su cuerpo, y nada más, así que no sabía qué pensar (Cf. Lc 24,12)

La resurrección de los muertos que Jesús inaugura con su propia resurrección es una novedad impresionante que lleva consigo la experiencia de la Pascua de Jesús, porque fue una experiencia visible, sensible para quienes, en el transcurso de ese día domingo, poco a poco fueron percatándose de la noticia de que, en efecto, Jesús estaba vivo, había resucitado (Cf. Mt. 28,9-10; Jn. 20, 14-17; Lc. 24,13-35; 36-49; Mt. 28,16-20).

Jesús resucitado inmediatamente habla a los Apóstoles de la misión que tienen encomendada a partir de ese momento, anunciar al mundo la salvación y el perdón de los pecados que él había obtenido con su muerte y resurrección (Cf. Jn. 20, 21-23; Mt. 28,18-20; Mc. 16,15-18; Hch. 1,8; 2,38; 3,19; 4,12; 5,31-32; 10,42-43). Expresamente el Señor Jesús ordena a los apóstoles bautizar a quienes acepten hacerse discípulos de él (Cf. Mc. 16,15-16; Mt. 28, 19-20). Entrar en comunión con Cristo resucitado es el efecto misterioso que obtenemos los seres humanos, de la sangre redentora de Cristo derramada en la cruz.

En su diálogo con un rico y sabio fariseo llamado Nicodemo -según nos lo transmite el Evangelio de San Juan en forma velada- Jesús le describe los efectos del bautismo: Fue de noche a ver a Jesús y le dijo: «Maestro, sabemos que tú has venido de parte de Dios para enseñar, porque nadie puede realizar los signos que tú haces, si Dios no está con él». Jesús le respondió: «Te aseguro que el que no renace de lo alto no puede ver el Reino de Dios.» Nicodemo le preguntó: «¿Cómo un hombre puede nacer cuando ya es viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el seno de su madre y volver a nacer?». Jesús le respondió: «Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace de Espíritu es espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: «Ustedes tienen que renacer de lo alto». El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu» (Jn. 3,2-8).

El apóstol San Pablo nos habla también de esta nueva ¿fe? a la que nos da acceso el bautismo en su Carta a los Romanos. Ser bautizados en Cristo nos lleva a sumergirnos con él en su muerte, somos sepultados con él, para que del mismo modo que Él resucitó, nosotros entremos a una Vida nueva. Somos identificados con Él en su muerte, para identificarnos también con él en su resurrección. El ser humano viejo que vivió en el pecado –que nos llevaba a la muerte- queda destruido para que dejemos de ser esclavos del pecado. Quienes hemos muerto con Cristo al pecado, y ya no tenemos nada que ver con el pecado, ahora vivimos unidos a Él. Y de la misma manera que Cristo, una vez resucitado ya no muere más, porque la muerte ya no tiene poder sobre Él, porque hizo morir al pecado por medio de su muerte en la cruz y ahora vive para Dios, así nosotros que hemos sido bautizados en Él, debemos alejarnos del pecado, considerarnos muertos para él y vivos para Dios en Cristo Jesús, y no permitir que reine más el pecado en nosotros (Cf. Rm. 6,2-12). En la medida en que hacemos el intento de eliminar las condiciones de muerte para otros, nos acercamos más al proyecto de vida del Señor Jesús por quien somos bautizados e invitados a resucitar a una nueva vida con Él.

De otras muchas maneras el Señor Jesús y por medio de muchos ejemplos nos dio entender en su Evangelio esta realidad de la nueva vida. Se trata de una vida plena, que empezamos a vivir ya desde este mundo, unidos a Él. Uno de esos ejemplos es el de la Vid y los Sarmientos (Cf. Jn 15,1-17). Jesús nos invita a permanecer siempre en esta vida nueva que tenemos unidos con Él, si queremos dar el fruto que esta novedad de vida debe producir en el mundo. Y Él pone el ejemplo de la planta de la vid que da su fruto a través de los sarmientos que crecen unidos al tronco de la vid y producen los racimos de uva. Recurriendo al ejemplo del sarmiento que solamente puede dar fruto si permanece unido a la vid, así nosotros hemos de permanecer unidos a Él. Este regalo de poder vivir ya en esta tierra unidos a Él, lo ha pagado Él por su muerte de cruz, y su resurrección gloriosa de entre los muertos, como lo hemos visto. Por el misterio de su Pascua, su paso de la muerte a la vida, Jesús obtuvo para nosotros la purificación del pecado, y el don de la vida divina que Él comparte ahora con nosotros. Jesús nos invita a permanecer en esta comunidad de vida con Él, porque de la misma manera que el sarmiento no da fruto si no permanece unido al tronco de la vid, tampoco nosotros daremos fruto si no permanecemos unidos a Él. Nos dice claramente que Él es la vid y nosotros los sarmientos, que para poder dar frutos hemos de permanecer unidos a la Vid, que es Él, pues separados de Él nada podemos hacer. Y dice con mucha claridad que quien no permanece unido a Él, es como el sarmiento que se tira y se seca, lo toman y lo arrojan al fuego y se quema.

En su ejemplo de la vid y los sarmientos, nos da también la clave para poder saber si verdaderamente permanecemos en Él, sin engañarnos a nosotros mismos. Esta clave la da con estas palabras: “si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes” van a estar dando frutos, y todo lo que pidan de ayuda en su oración para poder seguir dando fruto, lo obtendrán. Y nos dice además, que la gloria de su Padre Celestial consiste en que nosotros demos abundantes frutos mientras pasamos por esta tierra. De esa manera seremos verdaderos discípulos de Jesús su Hijo.

Con el ejemplo que eligió par hacernos entender el modo de comunión que empezamos a vivir con Él desde este mundo, nos dice que se trata de una comunión de amor, y lo dice con estas bellas palabras: “Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor. como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto. Éste es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando” (Jn. 15,9-14), donde el mandato es el amor y la cercanía, distinta a la esclavitud y la utilización de la persona.

Sólo desde el amor verdadero que consiste en una entrega por quien se ama, permanecerá en nosotros el espíritu de amor y servicio por la familia humana que nos mostró con su vida el Hijo de Dios hecho hombre, nuestro Señor Jesucristo. Él no solamente nos reveló el rostro misericordioso del Padre, con toda su vida en medio de nosotros, mientras pasó por esta tierra, sino que en su mismo ser de Verbo Encarnado, nos enseñó quiénes somos nosotros los seres humanos, mujeres y hombres portadores de la imagen de Dios amor, Padre y Madre de la humanidad entera, lleno de misericordia para con todas y todos.

Frutos que Cristo nos pide hoy en México. Reconstrucción de la Nación. Con la Participación de Todos. Manteniendo la Primacía de la Persona. Particularmente en Coahuila

Para abordar una reflexión respecto a los frutos que tenemos que dar hoy entre lo más cercano a nosotros, quiero poner nuestra atención en algunos de los mensajes que el Papa Francisco nos dio en su Visita a México, en el pasado mes de febrero.

Ante los obispos de México, en la Catedral Metropolitana, en la Ciudad de México, el Papa dijo: 2Les ruego no minusvalorar el desafío ético y anticívico que el narcotráfico representa para la juventud y para la entera sociedad mexicana, comprendida la Iglesia. La proporción del fenómeno, la complejidad de sus causas, la inmensidad de su extensión, como metástasis que devora, la gravedad de la violencia que disgrega y sus trastornadas conexiones, no nos consienten a nosotros, Pastores de la Iglesia, refugiarnos en condenas genéricas -formas de nominalismo- sino que exigen un coraje profético y un serio y cualificado proyecto pastoral para contribuir, gradualmente, a entretejer aquella delicada red humana, sin la cual todos seríamos desde el inicio derrotados por tal insidiosa amenaza. (Papa Francisco, Mensaje a los Obispos, Catedral Metropolitana. México, D.F., 13 de Feb. 2016)

Si bien el Papa nos habló ahí a los obispos, la advertencia vale para todas y todos quienes vivimos en este País. Él a los obispos nos pidió formular un “serio y cualificado proyecto pastoral”, sin embargo, yo quisiera extender este llamado, en primer lugar, a quienes se confiesan seguidoras y seguidores de Jesús en México, desde nuestra vocación específica en el seguimiento de Cristo, y en el lugar donde estamos sirviendo a la sociedad mexicana, a todos nos afecta esta situación por la que pasa la Nación, como lo señala el Papa. Pero tampoco el llamado del Santo Padre se cierra a sólo los cristianos, las bases de México las sustenta toda la ciudadanía y para todos se plantea por igual este desafío ético y anticívico que ha generado lo proliferación de la corrupción y descomposición social que este fenómeno esta propagando por todas las latitudes de nuestra Patria.

Después de comentar todos los argumentos que San Juan Diego le puso a la Santísima Virgen, para convencerla de que él no era la persona indicada para mover al Obispo a que construyera su Santuario, sugiriéndole que enviara a otra persona, el Papa, en la Homilía pronunciada en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe afirmó: “María le dice que no, que él sería su embajador. Así logra despertar algo que él no sabía expresar, una verdadera bandera de amor y de justicia: en la construcción de ese otro santuario, el de la vida, el de nuestras comunidades, sociedades y culturas, nadie puede quedar afuera.

“Todos somos necesarios, especialmente aquellos que normalmente no cuentan por no estar a la «altura de las circunstancias» o por no «aportar el capital necesario» para la construcción de las mismas. El Santuario de Dios es la vida de sus hijos, de todos y en todas sus condiciones, especialmente de los jóvenes sin futuro expuestos a un sinfín de situaciones dolorosas, riesgosas, y la de los ancianos sin reconocimiento, olvidados en tantos rincones. El santuario de Dios son nuestras familias que necesitan de los mínimos necesarios para poder construirse y levantarse. El santuario de Dios es el rostro de tantos que salen a nuestros caminos”. (Papa Francisco, Homilía en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe. México, D.F., 13 de febrero de 2016)

En Ciudad Juárez, el Papa, ante las personas relacionadas con el mundo del trabajo, empresarios y obreros, señaló la primacía de la persona humana y su dignidad, en todas las decisiones que se tomen con respecto a todo lo que se refiere al tema del trabajo en México. Transmito una parte de su Mensaje, como una de las prioridades fundamentales que debemos considerar, entre los frutos que hoy espera Cristo de nosotros sus seguidores, como fermento dentro de la construcción de la sociedad mexicana.

“Uno de los flagelos más grandes a los que se ven expuestos los jóvenes es la falta de oportunidades de estudio y de trabajo sostenible y redituable que les permita proyectarse; y esto genera en tantos casos –tantos casos– situaciones de pobreza y marginación. Es un lujo que hoy no nos podemos dar; no se puede dejar sólo y abandonado el presente y el futuro de México”. (Papa Francisco, Discurso en el Encuentro con el mundo del trabajo, Ciudad Juárez, Chih., 17 de Feb., 2016)

“Desgraciadamente, el tiempo que vivimos ha impuesto el paradigma de la utilidad económica como principio de las relaciones personales. No sólo provoca la pérdida de la dimensión ética de las empresas sino que olvida que la mejor inversión que se puede realizar es invertir en la gente, en las personas, en las familias”. (Ibid)

“La mentalidad reinante pone el flujo de las personas al servicio del flujo de capitales, provocando en muchos casos la explotación de los empleados como si fueran objetos para usar y tirar, y descartar (cf. Laudato si’, 123). Dios pedirá cuenta a los esclavistas de nuestros días, y nosotros hemos de hacer todo lo posible para que estas situaciones no se produzcan más. El flujo del capital no puede determinar el flujo y la vida de las personas”. (Ibid)

Entre otros, los frutos que Dios espera de nosotras y nosotros los coahuilenses, nos pide que pongamos atención a resguardar la dignidad de las y los migrantes, que recorren el País en busca de un futuro mejor para sus familias, en medio de una situación que ya constituye una tragedia humanitaria. Que cuidemos la tierra, de la que viven las campesina y los campesinos y vivimos también todos nosotros, pues ellos obtienen de la tierra los alimentos que consumimos. Pienso en la amenaza que representa el fracking y de manera especial me refiero a la lucha que realizan ellas y ellos, campesinas y campesinos, para impedir la instalación del Confinamiento de Residuos Tóxicos que pretende realizar una empresa, en medio de los Ejidos del Municipio de General Cepeda. Dios nos pide el fruto de nuestro acompañamiento solidario a ellos y ellas en su lucha contra esa barbarie. Los mineros del carbón, y el caso Pasta de Conchos es una deuda pendiente que tenemos en Coahuila.
Otro fruto que Jesús nos pide es acompañar a las familias de los desaparecidos que buscan afanosamente y en medio de un gran sufrimiento a sus familiares, cuyo paradero y suerte desconocen hasta hoy, para que su lucha dé resultados positivos, pues son muchos años los que llevan en esta batalla. También Jesús nos ordena que pongamos atención a quienes están en las cárceles de nuestro estado y a sus familiares, que sufren junto con ellas y ellos las injusticias y violaciones constantes a sus derechos fundamentales, en todo lo que se refiere al trato que reciben al interior de los penales, el respeto al debido proceso jurídico y las revisiones infamantes de que son objeto las mujeres, en el momento del ingreso al penal, para visitar a sus familiares.

El Jubileo de la Misericordia
El Jubileo de la Misericordia convocado para toda la Iglesia por el Papa Francisco, representa para todos los mexicanos y de manera particular para nosotros los coahuilenses, una oportunidad para mirar a nuestro lado y más allá de lo que constituye nuestro entorno visible y palpable, y comprender la urgencia de movernos a organizar un País donde sus instituciones propicien una articulación social, cuyos frutos sean de justicia y respeto a la dignidad de todas y todos, donde el amor, la libertad y la verdad sean las columnas que sustenten la vida de México. En todo esto especialmente debemos partir, como nos lo indicó el Papa Francisco, desde los más insignificantes, los que no están siendo tomados en cuentan, todas y todos a quienes hemos hecho invisibles hasta ahora.
Para construir un País a la altura que se necesita, el conjunto de las y los mexicanos hemos de enarbolar aquella bandera del amor y la justicia, que aún sin expresarlo del todo en aquel momento, tomó San Juan Diego en su mano, cuando aceptó ser parte de la construcción del Santuario de Dios que es toda esta Nación (Cf. Homilía del Papa Francisco en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, 13 de Feb., 210).
Con estos deseos de que la redención humana que Cristo sigue realizando hasta hoy día en el mundo, por medio de su Misterio Pascual, siga dando abundantes frutos en nuestra Patria y en nuestro estado de Coahuila, les abrazo y les bendigo. Deseo para todas y todos ustedes una ¡MUY FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN!
Saltillo, Coahuila, 27 de marzo, Solemnidad de la Pascua, de 2016


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