Sunday, November 16, 2014

la historia que no termina

Ayotzinapa

Gloria Muñoz Ramírez
Ayotzinapa, Guerrero
Corre el segundo mes de una de las crisis de Estado más graves de los últimos tiempos. La evidencia de las complicidades entre los diferentes niveles de gobierno y el crimen organizado es clara. “Fue el Estado”, es la consigna de la tercera jornada global que exige la presentación con vida de los 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural “Isidro Burgos”, y la renuncia del presidente Enrique Peña Nieto.
Cientos de miles de personas tomaron las calles en estas semanas. La demanda de castigo a los culpables de los asesinatos de tres normalistas no está resuelta y nada parece indicar que se cumpla. Los más de 50 detenidos, entre policías municipales, integrantes del crimen organizado y la pareja “del mal” compuesta por el alcalde de Iguala, José Luis Abarca, y su esposa María de los Ángeles Pineda Villa, no conforma la indignación. La operación mediática un día antes de la multitudinaria concentración en la ciudad de México no mermó la movilización.

Bolivia, 2014. Foto: Nadja Massün
El mensaje de los compañeros de los jóvenes caídos y de los 43 detenidos y desaparecidos entre el 26 y 27 de septiembre, en un ataque de la policía de Iguala, es claro: “Denunciamos que el gobierno federal pretende dar carpetazo al problema de Ayotzinapa como lo han hecho con multitud de casos en nuestro país. Denunciamos que el Procurador de Justicia, el presidente Enrique Peña Nieto y Miguel Ángel Osorio Chong, todo el gabinete, y con ellos, todos los partidos políticos, pretenden dar a conocer a la opinión pública que nuestros compañeros están muertos”, adelanta el joven Omar, del Comité Estudiantil de la Normal. “No nos dejen solos”, claman los padres que, uno a uno, suben el tono de sus reclamos.
Pocas veces frente a Palacio Nacional se han escuchado mensajes tan contundentes. Los insultos a la figura presidencial se suceden. “Fuera Peña Nieto”, grita la multitud al unísono en la plancha más grande de este país.
La percepción del mundo sobre México cambió, y eso hasta el secretario de Hacienda, Luis Videgaray, lo reconoce. “No aceptamos los resultados de sus investigaciones”, dice una de las madres luego del anuncio de la detención de la pareja Abarca.
“Claro que no es suficiente con esas detenciones. Todo eso es un teatro armado para echarle la culpa a alguien, para tratar de responsabilizar nada más a esas personas, cuando el responsable es el Estado, que está tratando de esconder lo que realmente pasó. Desgraciadamente tememos lo peor, pero esto es un crimen de Estado, no es un crimen de esa pareja”, dice el pintor Gabriel Macotela dentro de una de las tantas movilizaciones. En sus palabras se refleja la Nación. Nadie les cree.
Ayotzinapa cambia su rostro
En la enorme sala de espera en que se convirtió la cancha de basquetbol de este plantel rural construido en 1926, se ha conformado una comunidad que visibiliza la otra cara de la tragedia. La solidaridad muestra su rostro en costales de alimentos, cobijas, colchonetas, decenas de mantas de organizaciones sociales, apoyo económico y cientos de visitas diarias, en su mayoría jóvenes estudiantes de muchas partes del país, que ofrecen hombros y manos para lo que se necesite.
Noviembre. En el altar de muertos del patio no están sólo los rostros de Daniel Solís Gallardo, Julio César Mondragón y Julio César Ramírez Nava, los tres estudiantes ejecutados extrajudicialmente por policías de Iguala el 26 de septiembre. “No son sólo tres o cuatro los que han muerto asesinados por el gobierno”, señala un joven normalista, quien compartió grupo con Daniel Solís, y que llama a que estas muertes “no sigan en la impunidad”. Están también Gabriel Echeverría y Alexis Herrera Pino, “los de la matanza de Ángel Aguirre”, ejecutados también extrajudicialmente el 12 de diciembre de 2011, durante el desalojo de una protesta en la Autopista del Sol. La fotografía de uno de ellos lo muestra montado en una cría de burro, jugando, mientras el otro sonríe desde el marco.
Las madres y los padres lucen agotados. No hay un minuto de respiro, y encima tienen que estar atendiendo a la prensa y a las organizaciones que llegan a apoyarlos. “No es que no quiera hablar. Sabemos que es importante. Pero ya no puedo. No estoy cansada, sólo es que ya no puedo hablar de mi hijo”, dice, como disculpándose, una de ellas. Y es que han repetido hasta el cansancio sus historias. Las cámaras de medios nacionales e internacionales hacen guardia en estas instalaciones de dos hectáreas de territorio asediado por los planes de la Secretaría de Educación Pública, los gobiernos estatales en turno, el crimen organizado, las trasnacionales mineras y los partidos políticos. Nadie niega las pugnas internas y las distintas corrientes que confluyen en esta escuela-internado, pero hoy la tragedia los une.
Omar García, una de las caras visibles de los estudiantes ante los medios, el mismo que denunció desde el inicio que solicitó auxilio al Ejército durante los ataques y nadie le hizo caso, es claro cuando señala que no esperaban este apoyo, porque, en primer lugar “nunca esperamos que algo así nos pasara”. La solidaridad, dice, llegó en primer lugar de la mano de los familiares y de los campesinos de Tixtla. Luego llegaron contingentes de universidades de muchas partes de México, hasta que “nuestra escuela, que antes nos parecía enorme, hoy nos parece pequeña, pues no tenemos espacio para tanta gente”.
Tanto joven junto no estaba en sus planes. Hoy, dice Omar, “nada más que se lo imagine el poder y el Estado, ¿cómo le hacen estos muchachos de 19 o 20 años para organizar a tanta gente? Que se lo sigan preguntando”.
El encuentro estudiantil entre bambalinas es palpable. “Pensamos en los sacrificios que están haciendo para estar con nosotros. Nos preguntamos qué han de haber dicho en sus trabajos, en sus escuelas, en sus lugares de origen. Con qué pretexto salieron a vernos, con qué pretexto la señora dejó al marido cuidando la casa, o el marido se vino desatendiendo a la familia. Con qué pretexto dijo el campesino, oye mujer, tenemos que llevarles un kilo de frijol a estos muchachos. Todo eso nos lo preguntamos. Con qué argumento dijo el campesino, tenemos poco pero hay que llevarles cien pesos a los muchachos para su movimiento”.
Apenas tres días antes de esta entrevista con Ojarasca, Omar habló ante más de 200 mil personas en una plaza a reventar en la Ciudad de México. Y convocó a la organización de una Caravana Nacional de Indignaciones, que permita articular un “movimiento nacional, y si Enrique (Peña Nieto) se va, que se vaya, y preferiblemente que ya no vuelva, porque va a encontrar otro país cuando regrese… el hecho de que todo mundo se haya indignado por lo que pasó el 26 de septiembre refleja claramente que no somos solamente nosotros los indignados, como estudiantes de Ayotzinapa, (sino que) es todo un país el que ha sufrido durante muchos años estos atropellos. Y no sólo se trata de la indignación por tanta delincuencia e inseguridad, sino que hay indignación también cuando vemos al campesino sin trabajo, al obrero sin trabajo, al estudiante que después de cursar una carrera no tiene acceso a una plaza (…) Cada indignación de la población tiene que llegarnos hasta el fondo, no sólo cuando se mata o se desaparece a 43 estudiantes. Las cifras aquí no importan, somos miles en el país, somos miles de inconformes y de atropellados, diariamente, y ese es el problema”.

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