Thursday, December 19, 2013

Don Raúl Vera, Mensaje de Navidad

MENSAJE DE NAVIDAD
FR. RAÚL VERA LÓPEZ, O.P.
OBISPO DE SALTILLO
DICIEMBRE 2013
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Renovar nuestra confianza en Jesucristo, Rey y Señor de la historia

“Hoy, en la ciudad de David,
les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor”
(Lc.2,11)

La Navidad, Misterio Divino actualmente presente en medio de nosotros
Celebramos, dentro del nuevo ciclo litúrgico anual de la Iglesia, las Fiestas del Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios. Durante el Adviento, la Iglesia nos ha ayudado a prepararnos a la celebración de la Navidad, para que podamos comprender ampliamente el significado que tiene este acontecimiento para nosotras y nosotros, las mujeres y los hombres que poblamos la tierra, ya que la Navidad no es tan sólo un suceso del pasado que tiene posteriores repercusiones históricas en la vida del mundo, sino que se trata de un misterio vivo, presente de manera actual, en todas las etapas de la historia humana.

La Encarnación del Hijo de Dios, trae consigo una benéfica transformación de la historia humana
La encarnación del Hijo eterno de Dios en el seno de la Virgen María, su nacimiento, su vida en la tierra, su pasión y muerte en la cruz, su Resurrección gloriosa y Ascensión al Cielo, da como resultado una acción benéfica y continua de Dios dentro de la historia humana, que perdurará hasta el final de los tiempos, como lo afirmó Jesús ante sus discípulos después de su resurrección, antes de ascender al Cielo: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo, y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo les he mandado. Yo estaré con ustedes siempre hasta el fin del mundo” (Mt.28,18-20).
Las profecías anunciaban a Israel una intervención poderosa de Dios en su pueblo para, de una manera sorprendente, transformar las condiciones adversas que estaba viviendo su pueblo; para llevarlo a realizar su vida en condiciones de bonanza, de justicia y de paz. Dicha transformación no se limitaría tan sólo a Israel, sino que abarcaría a todos los pueblos, hasta los confines de la tierra. Un cambio que implica a todos los seres de la naturaleza y a todas las personas en su condición espiritual, moral y física, consideradas individualmente y como pueblos (Cf.Is.2,2-5; 11,1-9; 35,1-10 Za.8,20-23; Ha.2,14; Jer.31,33-34).

Jesús da pleno cumplimiento a la promesas divinas de liberación de los pobres
Desde nuestra fe, gracias al Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, hoy podemos comprender a los profetas del Antiguo Testamento con mayor amplitud. A este propósito quisiera comentar un pasaje del libro del profeta Ezequiel, que nos ayuda a profundizar en la reconstrucción de la humanidad que Dios realiza por medio de su Hijo Jesucristo -cuyo nacimiento conmemoramos en estas Fiestas de la Navidad-.
El pasaje dice que, arrebatado por el Espíritu de Dios en una visión, el profeta fue conducido a un campo en el que había una cantidad muy grande de huesos humanos secos. Después Dios interrogó al profeta sobre si sería posible que esos huesos readquirieran vida; la respuesta de él a Dios fue: ‘Tu lo sabrás Señor’ (Ez.37,3). Entonces Él ordenó al profeta: Profetiza sobre estos huesos, les dirás: ‘Huesos secos, escuchen la palabra del Señor. Así dice el Señor Dios a estos huesos: He aquí que yo voy a hacer entrar el espíritu en ustedes, y vivirán. Los cubriré de nervios, haré crecer sobre ustedes la carne, los cubriré de piel, les infundiré espíritu y vivirán; y sabréis que yo soy el Señor’. (Ez.37,4-6). Ezequiel profetizó sobre los huesos y describe en su libro que en ese momento los huesos se juntaron para conformar los cuerpos humanos a los que pertenecían, se recubrieron de nervios primero, luego de carne y, finalmente de piel; eran cadáveres sin vida (Cf.Ez.37,7-8). Le volvió a ordenar Dios: Profetiza al espíritu, profetiza, hijo de hombre. Dirás al espíritu: ‘Así dice el Señor Dios: Ven, espíritu, de los cuatro vientos, y sopla sobre estos muertos para que vivan’ (Ez 37,9). Así lo hizo Ezequiel, como se lo pidió Dios y el espíritu entró en ellos, se incorporaron sobre sus pies, como un ejército enorme (Cf.Ez.37,10). A continuación dijo Dios al profeta: Hijo de hombre, estos huesos son toda la casa de Israel. Ellos andan diciendo: ‘Se han secado nuestros huesos, se ha desvanecido nuestra esperanza, todo ha acabado para nosotros’. Por eso, profetiza. Les dirás: ‘Así dice el Señor Dios: He aquí que yo abro sus tumbas; les haré salir de sus tumbas, pueblo mío, y les llevaré de nuevo al suelo de Israel. Sabrán que yo soy Dios cuando abra sus tumbas y les haga salir de sus tumbas, pueblo mío. Infundiré mi espíritu en ustedes y vivirán; los estableceré en su suelo, y sabrán que yo, Dios, lo digo y lo hago, oráculo del Señor’ (Ez.37,11-14).
El profeta Ezequiel recibió esta visión profética cuando el pueblo judío estaba exiliado en Babilonia, y la anunció ahí mismo al pueblo que vivía sin ánimo ni esperanza, cautivo como estaba de ese imperio, en una tierra extraña, sin libertad ni personalidad alguna. Dios les anuncia por medio de esta visión, que hará de ellos un pueblo reconstituido en cada una de sus ciudadanas y en cada uno de sus ciudadanos. Cada una y cada uno de quienes integraban el pueblo judío, muertos en vida en el exilio de Babilonia, representados en la visión en aquellos huesos secos, readquirirían nueva vida por el poder de Dios y regresarían a su tierra para reconstruirla. Así sucedió, Ciro Rey de Persia que conquistó Babilonia en el año 539 A.C., les concedió a los judíos regresar a su Patria en el 538 A.C. para que la reconstruyeran, aún cuando no serían un pueblo con libertad, pues seguirían siendo un territorio del Imperio Persa.
El sentido pleno de esa profecía de Ezequiel se alcanzaría en Cristo. Juan Bautista aseguró que él bautizaba con agua para preparar el camino a Jesús, que bautizaría con el Espíritu Santo (Cf.Jn.1,29-34); el mismo Jesús aseguró a Nicodemo que para ver el Reino de Dios había que nacer nuevamente de agua y del Espíritu Santo (Jn.3,3-8). Antes de ascender al cielo, también Jesús dijo claramente a sus apóstoles: ‘No se vayan de Jerusalén, sino aguarden la promesa del Padre, que oyeron de mí, que Juan bautizó con agua, pero ustedes serán bautizados con el Espíritu Santo dentro de pocos días’ (Hech.1,4; Cf.Lc.24,49; Jn.14,16-17).
Desde el inicio de la predicación del Evangelio, cuando visitó Nazaret, Cristo anunció su programa de liberación de la humanidad, con un texto del profeta Isaías que proclamó en la sinagoga de Nazaret: ‘El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor’. Enrollando el volumen lo devolvió al ministro, y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en él. Comenzó, pues, a decirles: ‘Esta Escritura, que acaban de oír, se ha cumplido hoy’ (Lc.4,18-21 Cf.Is.61,1-2). Si nos vamos a las afirmaciones que hace Isaías a continuación en la continuación del capítulo del libro de Isaías que leyó Jesús ese día en la Sinagoga, nos encontramos que Dios, además de afirmar que él revertirá la situación de las y los humillados de su pueblo (Cf.Is.61,2b.3a.5.6b.7.8b.), dice que todas estas personas sometidas y esclavizadas, se convertirán en ‘robles de justicia’, edificarían ‘las ruinas seculares’, levantarían ‘escombros ya viejos’ y restaurarían ‘las ciudades devastadas’, ‘escombros desolados por generaciones’ (Is.61,3b.4). Toda esta transformación adquiere dimensiones universales como lo afirma el profeta al final del mismo capítulo: ‘Igual que una tierra produce plantas y en un huerto germinan rebrotes, el Señor hace germinar la liberación y la alabanza ante todas las naciones’ (Is.61,11). También en este contexto, Dios afirma las razones por las que interviene por los desvalidos de su pueblo: ‘Pues yo, el Señor, amo el derecho y aborrezco la rapiña y el crimen’ (Is.61,8).

Les ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es el Cristo Señor
El evangelio de la misa de media noche de la Fiesta de la Navidad, que está tomado de San Lucas, contiene el gozoso anuncio que los Ángeles dieron a los Pastores aquella noche del nacimiento del niño Jesús: De pronto, se les apareció el Ángel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz. Ellos sintieron un gran temor, pero el Ángel les dijo: ‘No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre’. Y junto con el Ángel, apareció de pronto una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo:¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él!’ (Lc.2,9-14).
Con la ayuda de los profetas de Israel, podemos comprender de una manera más profunda el significado de las palabras del Ángel a los pastores: ‘Les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor’. Estos pastores son los “anawim” de Israel, para quienes la única esperanza de salvación, está en el Mesías prometido por los profetas, pues era el único quien se interesaría de la triste condición de su vida (Cf.Sal.71,4.12-14). María, la madre del recién nacido, perteneció a este grupo de pequeñitas y pequeñitos de Israel, que se llenaron de gozo ante la llegada del Salvador al mundo (Cf.Lc.1,46-49; 2,20), porque tenían plena confianza en el poder de Dios y de su Mesías, para cambiar el rumbo de una historia que les era adversa. Así lo expresa María en el “Magnificat”: ‘Su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías’ (Lc.1,51-53).
Por otra parte, cuando Jesús sale a su vida pública para predicar el Evangelio expresará ante Nicodemo, según nos lo reporta el Evangelio de San Juan: ‘Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él’ (Jn.3,16-17).
Tanto en el Cántico de María, como en las palabras de Jesús a Nicodemo, se entiende que Dios se interesa, no solamente por cada persona en particular, sino por la organización del mundo entero, por las estructuras sociales en las que se sustenta la vida de la humanidad. Le interesa que dichas estructuras no sean dirigidas por mafias de soberbios codiciosos que planean estrategias políticas y económicas, que causan opresión y exclusión de seres humanos; muerte por la miseria y el hambre, por las guerras que destruyen poblaciones enteras y por la devastación del medio ambiente, base del sustento de la vida en el planeta, sino que sean justas.



El mundo donde, con la ayuda de Cristo, debemos ser fermento de ánimo y transformación
En su mensaje con motivo de la Jornada Mundial de la Paz, del próximo 1 de enero del 2014, cuyo tema es: “La Fraternidad, Fundamento y Camino para la Paz”, el Papa Francisco señala el gozne fundamental de la fraternidad humana en la vocación que por su naturaleza tiene la persona humana a la responsabilidad, a la reciprocidad y a la comunión con todo ser humano, sin excepción alguna. Esta responsabilidad con las y los demás, cifra su razón de ser en la Paternidad de Dios sobre todo el género humano. Muy particularmente, quienes hemos acogido el llamado a vivir nuestra vida en Cristo, reconocemos a Dios como Padre y nos entregamos a Él amándolo sobre todas las cosas y, reconciliados con Dios, lo vemos como Padre de toda la familia humana, lo que nos impulsa a vivir una fraternidad universal (Cf. Papa Francisco, Mensaje para la XLVII Jornada Mundial de la Paz, 1 de enero de 2014, n.n. 2 y 3).
En el mismo Mensaje, el Papa señala una serie de cualidades que caracterizan a la sociedad; cuando las relaciones humanas se conforman en base al espíritu de fraternidad: Se promueve el desarrollo integral de toda mujer y todo hombre, se genera la paz social, ya que existe un equilibrio entre la libertad y la justicia, entre la responsabilidad personal y la solidaridad, entre el bien de los individuos y el bien común. El Papa afirma también, en su Mensaje que, desde la fraternidad entre los ciudadanos, la comunidad política funciona con transparencia y responsabilidad, porque la ciudadanía se siente representada por los poderes públicos, sin menoscabo de su libertad. Todo esto redunda en que las personas vivan en una armonía entre sí, en donde se comparte la estima mutua (Cf.Rm.12,10). (Cf. Papa Francisco, Ibid. n. 8)
No sucede así en la sociedad cuando la fraternidad es vencida por el egoísmo individual. Mis queridas hermanas, mis queridos hermanos, en el apartado No. 8 subtitulado: ‘La corrupción y el crimen organizado se oponen a la fraternidad’ de su Mensaje para la XLVII Jornada Mundial de la Paz, el Papa, que conoce nuestra realidad latinoamericana, continúa hablando como si -con una lupa- estuviera observando lo que sucede en México, pues describe nuestros males estructurales de manera muy puntual, lo que nos indica que quienes están decidiendo los modelos de vida política, económica y social, en estos momentos en nuestra Patria, se mueven en sentido contrario a la responsabilidad, reciprocidad y comunión con todas y todos los mexicanos, y están asociados entre ellos por un espíritu de egoísmo individualista y corporativo, que les devora el alma.
En efecto, Papa Francisco afirma en este apartado de su Mensaje que ese egoísmo individual se ‘desarrolla socialmente tanto en las múltiples formas de corrupción, tan capilarmente difundidas’, como en la ‘formación de las organizaciones criminales’ que, ‘minando profundamente la legalidad y la justicia, hieren el corazón de la dignidad de la persona’. Sucede en el ‘drama lacerante de la droga, con la que algunos lucran despreciando las leyes morales y civiles’, ‘en la devastación de los recursos naturales y en la contaminación’, ‘en la tragedia de la explotación laboral’, ’en el blanqueo ilícito de dinero, así como en la especulación financiera’ que ‘asume rasgos perjudiciales y demoledores para enteros sistemas económicos y sociales, exponiendo a la pobreza a millones de hombres y mujeres’, ‘en la abominable trata de seres humanos’, ‘en los delitos y abusos contra los menores’, ‘en la esclavitud que todavía difunde su horror en muchas partes del mundo’, ‘en la tragedia desatendida de los emigrantes con los que se especula indignamente en la ilegalidad’. ‘Sin embargo -concluye el Papa- el hombre se puede convertir y nunca se puede excluir la posibilidad de que cambie de vida. Me gustaría que esto fuese un mensaje de confianza para todos, también para aquellos que han cometido crímenes atroces, porque Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva’ (Cf.Ez 18,23) (Cf. Papa Francisco Ibid.).

Esta Navidad revive nuestra esperanza por la búsqueda de la justicia y del amor en nuestro país
Animados por el ejemplo de tantas personas justas, como fueron los patriarcas y los profetas de Israel que,  en medio de muchas contradicciones perseveraron a través de los años, sostenidos por el firme deseo de justicia y de paz para su pueblo, anunciaron lo que convenía seguir practicando y viviendo, mientras aguardaban con firme esperanza la llegada del Salvador prometido por Dios. También movidos por el ejemplo de los profetas que denunciaron sin tregua las injusticias, y reprendieron a los autores de esos atracos, nosotras y nosotros, en estos momentos aciagos y difíciles para nuestro pueblo, no podemos decaer en nuestra esperanza, de que la justicia al fin vencerá, y de que el derecho volverá a instalarse en nuestra patria. También somos herederos de generaciones honestas de mexicanas y mexicanos, personas lúcidas, que en medio de las tinieblas que arrojaban las tiranías en nuestro país, no perdieron la clarividencia en su mirada, y que en diversos momentos la supieron tender al más amplio horizonte del México justo, que ellas y ellos soñaron y quisieron.
San Pablo en la carta a los Romanos nos dice que el Espíritu Santo viene en ayuda de nuestra debilidad, para animarnos a pedir a Dios lo que conviene al mismo interés suyo por nosotros, quien nos ha destinado a alcanzar la más plena perfección, mientras recorremos nuestro camino por este mundo (Cf. Rm 8,26). Nuestra máxima perfección consiste en amarlo a Él por sobre todas las cosas y amar a nuestras hermanas y hermanos, como Cristo nos ha enseñado con su ejemplo (Cf. Lc 10,25-37), hasta dar la vida por ellas y ellos. El Espíritu de Dios es quien mantiene nuestra mirada en estos nobles propósitos. Dios nos ama y nunca aparta de nosotras y nosotros su mirada llena de compasión y ternura. Ha enviado a su Hijo, lleno del Poder de lo Alto, para asistirnos en nuestro quehacer de construir este mundo con santidad y justicia, y rectitud de corazón (Cf. Sb 9,3).
Quienes por el don de la fe creemos que el Hijo de Dios que se hizo hombre, y nació y vivió entre nosotras y nosotros, para enseñarnos el alto destino y la grandeza a la que Dios llama a cada persona que viene a este mundo y que nos dio como el más alto mandamiento, el que nos amáramos los unos a los otros (Jn.15,12-13); y quienes con su buena conciencia han llegado también a conocer la grandeza de la condición humana, con su dignidad y derechos inalienables, y están convencidos de la plenitud en la paz y en el amor, que debemos alcanzar todas y todos, no sólo como personas, individualmente, sino como sociedad bien organizada y estructurada en el respeto a la justicia y el derecho, no podemos renunciar a nuestro ideal del México que queremos y buscamos. Sería indigno de la condición humana, desistir de la defensa de la Patria y cruzarnos de brazos ante las injusticias y atropellos que están cometiendo las Senadoras y Senadores, las Diputadas y los Diputados, tanto del Congreso Federal como de los Estatales, que han votado reformas legislativas que afectan de manera muy grave la vida de las hijas y los hijos de Dios, y comprometen el futuro y soberanía de nuestro país.
Con el corazón lleno de esperanza en el Mesías Salvador del Mundo, cuyo nacimiento conmemoramos vivamente en el misterio de la Navidad, les abrazo de todo corazón a todas y todos ustedes, las y los fieles de la Diócesis de Saltillo, y a todas y a cada una de las personas con quienes compartimos esta común fe cristiana. También va mi saludo cariñoso para quienes desde otros credos y convicciones, están en la incansable búsqueda de que lo más grande y noble que hay en el corazón humano, se ponga al servicio del amor, de la verdad, de la justicia y de la paz, para bien de toda persona sin exclusión alguna.

FELIZ NAVIDAD PARA TODAS Y TODOS


Y LAS MÁS GRANDES CONQUISTAS PARA EL AÑO 2014

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