Wednesday, July 13, 2011

VENIMOS A SUPLICAR A MARÍA DE GUADALUPE LA VIDA PLENA, LA LIBERTAD, LA JUSTICIA Y LA PAZ PARA COAHUILA Y PARA MÉXICO




Homilía de Fr. Raúl Vera, O.P. en la Basílica de Guadalupe
en la peregrinación anual de la Diócesis de Saltillo
México, D.F., 13 de julio de 2011

“¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy yo tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo?” Nican Mopohua

Santa María de Guadalupe “Embajadora de la Vida”

Hemos venido en peregrinación a la casa de la Virgen de Guadalupe a visitarla. Las palabras con las que María se dirigió al obispo de México, por medio de  Juan Diego (hoy San Juan Diego), fueron que deseaba se construyera en este cerro del Tepeyac una “casita” –que nosotros traducimos como templo- para recibir a sus hijos e hijas, que quisieran venir a hablar con ella.

María en el Tepeyac es la embajadora de la vida para los pueblos de América, para el pueblo de México entre ellos, y sus cartas credenciales son la hermosa imagen que aquí se conserva, estampada en la humilde tilma del indio, su embajador ante el obispo.  Debemos decirlo desde un principio, aquí, a su “casita”, hemos venido para aprender de ella los secretos de todo lo que nos lleva a la vida, a la plenitud del amor, del temor –entendido éste como reverencia y estupor ante el Señor de la vida, de quien ella es embajadora- del conocimiento y de la santa esperanza.

Nosotros, rodeados de tantos signos de muerte en Coahuila, queremos obtener luz de los misteriosos destellos de la Señora del Cielo, de amable presencia, cuya sonrisa asemeja flores, cuyo hablar es más dulce que la miel y cuya mirada es como de quien atrae, porque está llena de compasión con el que sufre y gime.

Vinimos aquí confiados a verter nuestros llanto y nuestras aflicciones, con la seguridad de que ella está presente en este templo, como le dejó dicho a San Juan Diego para que lo transmitiera al obispo: “Deseo vivamente que se me erija aquí un templo para en él mostrar y dar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa, pues yo soy su piadosa madre; a ti, a todos ustedes juntos los moradores de esta tierra y a los demás amadores míos que me invoquen y en mí confíen; oír allí sus lamentos, y remediar todas sus miserias, penas y dolores” (Nican Mopohua).

Venimos pues a animar nuestro corazón para trabajar y luchar, junto con su Hijo Jesucristo, por la vida abundante para nuestro pueblo coahuilense, y para todo el noreste de México y para México entero, queremos que la vida se respete, se promueva, se cuide, se valore y se ame.

Para ser Libres nos rescato Jesús, el Hijo de María de Guadalupe

San Pablo, en la segunda lectura que hemos escuchado (Gal 4,4-7), nos dice que cuando la humanidad llegó al momento histórico adecuado a los ojos de Dios –eso quiere decir la expresión paulina “plenitud de los tiempos”- Dios envió a su Hijo único, Dios como él, glorioso como él, pero quiso que su llegada a la tierra y su vida en ella fuera en una condición semejante en todo a la nuestra excepto en el pecado, es decir, que tomara nuestra condición humana y quiso, por lo tanto, que naciera de una mujer, la Virgen María, dentro de un pueblo que tenía una ley. Como dice San Pablo, Jesús nació dentro de ese pueblo, sometido a una ley externa que no era todavía una ley de libertad, sino que se parecía más a una ley de esclavitud, porque su principio activo no partía desde dentro del ser humano, en donde todavía comandaba otra ley que era la del desorden del pecado.

Jesús, el Hijo de Dios, nunca estuvo sometido a esa ley de desorden, porque el pecado no va con Dios, por eso Él nos pudo liberar de la ley del pecado, como dice San Pablo: que Él vino para rescatar a los que vivían bajo esa ley, y para que llegáramos a ser hijos adoptivos de Dios, ya no sometidos a ninguna de las dos esclavitudes, lay ley interior del pecado y la ley antigua de los judíos, que venía desde fuera para controlar  los bajos instintos del pecado.

Jesús, mediante su muerte y resurrección, ganó de parte de su Padre para nosotros al Espíritu Santo, que fue enviado por el Padre y por Jesús mismo a nuestros corazones, para liberarnos de la esclavitud del pecado y hacer de nosotros hijos e hijas de Dios, de manera que podamos mediante el Espíritu Santo llamar a Dios Padre Nuestro, y vivir desde entonces en la libertad de los hijos y las hijas de Dios. Al ser hijos e hijas de un mismo Padre, hemos sido constituidos miembros de una sola familia, en donde Cristo es el Hijo primogénito y nosotros somos hermanas y hermanos suyos, herederos junto con Él de una vida que no tendrá fin, de una vida que no terminará nunca, de una vida eterna.

María de Guadalupe, al traernos a su Hijo y quedarse entre nosotros y nosotras, nos anima a conservar nuestra libertad de hijos e hijas de Dios, porque para ser libres nos rescató Jesús.  Porque solamente con plena libertad será posible que nos pongamos al servicio de un México en el que todos y todas tengamos un lugar, la paz que tanto anhelamos llegará a ser una realidad a la que sin excepción alguna tengamos acceso todas y todos los ciudadanos de este país, porque todas y todos la construiremos por medio de la justicia entre nosotros y nosotras. Pero para lograrlo tenemos que conservar esa libertad interior y exterior que nos dio Cristo.

Estamos ciertos que en México tenemos los conflictos que estamos viviendo, porque nuestro país se lo disputan distintos grupos y personas, con intereses de todo tipo: intereses económicos, intereses políticos, intereses de dominio y control sobre los demás, de apoderarse de territorios y recursos; para ello se utilizan todo tipo de medios, el asesinato, el terror, la amenaza, los tratos crueles, el robo y el secuestro, el sometimiento a trabajos forzados, donde aparecen métodos de esclavitud moderna. Todas las personas que actúan de esta manera son personas que no son libres, están dominadas por pasiones desbocadas que les impulsan a destruir y acabar con las estructuras y las instituciones que sustentan la vida de un pueblo, a su paso solamente van dejando terror y muerte, dolor y desolación, corrupción y desorden. Su esclavitud interior, los lleva a construir estructuras de sometimiento a personas y a territorios, que impiden la construcción de un México y un Coahuila  justos, donde podamos vivir en paz y con libertad.

Jesús, el Hijo de María de Guadalupe, Señor de la Justicia y de la Paz

El Evangelio de Lucas nos muestra el ejemplo de María, dispuesta a colaborar en la construcción del Reino de Dios que su Hijo vino a iniciar en esta tierra. Cuando ella, por el anuncio del Ángel Gabriel entiende que está llegado el momento de la llegada del Mesías, que Dios ha preparado por muy largo tiempo, y cuyo anuncio ella percibe en la concepción virginal de su Hijo y en el embarazo de Isabel su parienta, mujer estéril, que a pesar de su avanzada edad ha concebido un hijo, se apresura a colaborar con Dios en lo que sea necesario para que el Mesías realice la salvación de Israel y de la humanidad entera.

El encuentro conmovedor con su prima Isabel que nos narra Lucas, trasluce el impulso con el que María se apresta a colaborar con el plan salvador de Dios: Isabel, llena del Espíritu Santo proclama la bienaventuranza que María alcanzará en esta tierra y hasta la eternidad, porque por su fe ha creído en el proyecto de Dios para su pueblo y para el mundo. Isabel le anuncia que por la disponibilidad total que provienen de su fe y de su esperanza, María apoyará con toda su alma para que se cumpla todo lo que el Señor le ha dicho.

La respuesta de María a esta bendición de su prima no se deja esperar. Aún cuando el Evangelio de la Fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, que hoy hemos proclamado, solamente nos enuncia el principio de su hermoso cántico conocido popularmente como el Magníficat, todos conocemos por entero su contenido, en él María canta su alegría por la salvación que está llegando al mundo.

La primera alegría de María proviene de la elección de los humildes de parte de Dios, de los pequeños, de los que no cuentan, entre esos y esas pequeñitas se contaba ella y también estaban Isabel su parienta. La otra alegría suya proviene de la intervención de Dios para cambiar las condiciones históricas que a ella y a todos los excluidos del mundo les han puesto a un lado. Situación que les ha despojado de todos sus derechos, de su voz, de su participar en la construcción del mundo justo que los pobres tanto anhelan.

Pero tanto, María como los demás y las demás pobres, no espera una intervención de Dios con carácter vindicativo, sino un cambio tal de esta situación que provoque que los humillados del mundo se convierten en constructores de la historia, en robles de justicia, pobladores de tierras desoladas para volver a hacerlas producir, reedificadores de ciudades en ruinas (Cf. Is 61,3b-4). Que en el mudo se valore nuevamente la dignidad de todos y todas, que la tierra vuelva a producir sus frutos en beneficio de todas y todos quienes la habitan, porque todos y todas tienen derecho en la plan de Dios a gozar de los recursos que el Creador puso en el mundo para beneficio de sus hijos e hijas, sin exclusión de nadie.

En este furtivo recorrido por la Palabra de Dios que se nos ha proclamado, hemos profundizado en los planes de Dios que nos revela el Evangelio, la Buena Noticia que Jesús ha traído al mundo de parte de su Padre. Palabra que hemos escudriñado en el corazón de María, a quien hemos venido a visitar a su casa, su “casita”, (que la ha tenido que agrandar porque ya no cabíamos quienes la queremos ver), porque el corazón de María esta lleno de Dios, pues ella, mientras peregrinó en la fe, a su paso por esta tierra, meditaba la palabra de Dios y la de su Hijo, y la guardaba cuidadosamente en su corazón.

Ponemos nuestro dolor y nuestros anhelos a los pies de María de Guadalupe

Permítenos ahora Madre nuestra, recordando tus palabras a Juan Diego, para el Obispo de México, de las razones por las que te quisiste quedar entre nosotros y nosotras en este templo, queremos presentarte los clamores de cientos de hombres y mujeres que en Coahuila se enfrentan al desolado desierto de nuestro campo, cientos de mujeres y hombres que claman por justicia ante la pérdida de esposos y padres de familia, hijos e hijas, hermanos y hermanas, cientos de jóvenes que son amenazados y reclutados por grupos del crimen organizado, cientos de niños y niñas que tienen un  futuro incierto y no pocos y pocas de ellos y ellas, son reclutados por esas bandas.

Muchas y muchos de esas mujeres y de esos hombres están presentes en esta Basílica, en este espacio donde tú le dijiste a Juan Diego que querías un lugar dónde atender nuestras peticiones, dónde pudiéramos acudir a presentar ante ti nuestras dificultades.

Desgraciadamente, la esperanza que representaba para nosotras y nosotros coahuilenses el pasado proceso electoral, para cerrar filas en torno a un proyecto para salir del proceso violento de muerte y miseria en que vivimos, pasó en medio de condenas y reproches entre los candidatos, que dejaron del lado los retos que al proyecto político le presenta la situación actual de Coahuila, sumido en la violencia y el desconcierto social, en la destrucción de las instituciones y en el empobrecimiento creciente. Los partidos se valieron de las clásicas trampas puestas a la ciudadanía empobrecida, para aprovechar su necesidad y comprarle el voto,  moverla a votar por medio de promesas de índole inmediatista y no mediante una agenda política madura, que garantice la reestructuración profunda del estado.

El 60 por ciento de los ciudadanos registrados en el padrón electoral acudió a las urnas, lo que demuestra la buena disposición de los coahuilenses para encontrar una solución política a los problemas del estado. Qué pena que los partidos políticos solamente vieron en la ciudadanía carne de cañón para seguir aplicando los clásicos métodos de manipulación de los electores e inyectar así una fuerte dosis de regresión al Estado autoritario y paternalista. Se enfrascaron así en metodologías vergonzosas que se vienen utilizando desde hace cincuenta años, ignorando la emergencia social que vivimos en nuestro país y en Coahuila, donde urge rehacer la cohesión social mediante la vivencia de los valores democráticos, pues solamente por ese camino se puede enfrentar la arrolladora destrucción social que está provocando el crimen organizado con sus complicidades dentro del Estado mexicano y la iniciativa privada.

La mordaza a los medios de comunicación y la corta visión social en el proyecto político de la función pública, que privilegia el prestigio necesario para mantener la carrera política de los funcionarios, han rodeado de silencio los graves acontecimientos violentos que vivimos día con día en nuestro estado. Esto significa un retraso para la búsqueda de soluciones, porque si lo que se busca es invisibilizar los acontecimientos y no enfrentarlos para llegar a una solución efectiva, lo que prevalecerá será la impunidad. De este modo las y los ciudadanos, sin la información suficiente que les lleve a tomar conciencia real de lo que está pasando, se expondrán más a la muerte, pues no sabrán tomar las medidas necesarias para protegerse junto con sus respectivas familias, ante los riesgos que corren.

En Coahuila, en los últimos seis meses, según el recuento de un diario de Saltillo tenemos 300 ejecuciones. La PGR en su web oficial reporta de 2006 a 2010 654 muertes en eventos violentos en Coahuila. El Centro de Derechos Humanos de la Diócesis tiene documentadas 185 desapariciones forzadas en el Estado, y las autoridades estatales han recibido 219 denuncias de desaparición de personas.

También sabemos que hay decapitados, extorsiones, desplazamientos de poblaciones pequeñas, propiciadas por personas de la delincuencia organizada, agresiones a edificios públicos, concretamente en Saltillo la presidencia municipal y las instalaciones de un partido político. Hemos tenido en la zona norte del Estado saqueo, quema y destrucción total de viviendas en algunas ciudades, en espacios céntricos y a plena luz del día. Coahuila ocupa el tercer lugar en el país en agresiones a reporteros e instalaciones de medios de comunicación.

Los mineros del carbón continúan esperando justicia. Después de la muerte de 65 mineros en Pasta de Conchos, en febrero de 2006, que permanece impune, a la fecha han muerto otros 61 mineros, por lo menos. Los así llamados pozos del carbón son trampas mortales, que no cumplen en lo mínimo la norma mexicana ni los requisitos internacionales de seguridad para las minas donde se extrae el carbón. Las persona dañadas por el huracán Alex hace casi un año en la Zona del Desierto, siguen hasta la fecha esperando la reconstrucción de sus habitaciones, pues solamente fueron dotadas de un cuarto de mínimas medidas –eso las personas que recibieron ese servicio pues muchas ni eso. Muchos perdieron sus pocos animales, y todos sus haberes domésticos. La solución para la mayoría ha sido mínima. A esto se agrega la sequía que ha hecho sus estragos en la zona, sus animales mueren, no tienen agua potable y la producción de alimentos para el sustento de sus familias está en grave riesgo.

Las agresiones a los migrantes han aumentado; los voluntarios alemanes que por muchos años estuvieron apoyando a Belén, Posada del Migrante se retiraron del lugar en junio pasado por las amenazas recibidas por grupos delictivos.

Propósitos que hacemos en nuestra Peregrinación a esta Basílica

Tocados por la Palabra de Dios y conmovidos por el encuentro con la Madre de Jesús y madre nuestra, Santa María de Guadalupe, llevamos en nuestro corazón tres preocupaciones fundamentales para contribuir como ciudadanos  de esta patria, a la construcción de México y de Coahuila hoy, en la situación histórica en la que nos encontremos: En Primer Lugar: nuestra preocupación por reconstruir las condiciones que garanticen la vida humana como Jesús la desea para todas y todos: que todos y todas gocen de una vida plena y en abundancia, con calidad e integridad, sin admitir ninguna de las excusas con las que se intenta justificar actualmente su destrucción.

Crear las condiciones que garanticen nuestra libertad interior y exterior; este es un don del que Dios nos ha dotado y siempre se ha interesado porque lo conservemos, porque es una condición indispensable para que  ciudadanos que construyamos un mundo en el que todas y todos gocemos de las garantías que nos permitan gozar de los derechos y deberes que son intrínsecos a la naturaleza humana y a la imagen de Dios impresa en ella. Esto último es el fundamento de la dignidad de cada persona.

Y una preocupación fundamental por la que debemos luchar y trabajar, es la edificación de un sociedad con justicia para todos y todas, en donde se garanticen sin excepción todos los derechos humanos integralmente considerados, a cada uno y a cada una de quienes formamos parte de este país. Nosotros nosotras que estamos en Coahuila, tenemos que pensar muy especialmente a nuestra entidad, como primera responsabilidad. Solo salvaguardando la justicia tendremos la paz, que no es un don acabado, sino que se debe construir cada día, por medio de la preservación y promoción de la justicia. 

Estos propósitos coinciden con el objetivo de la primera fase del Plan Pastoral Diocesano que hemos inaugurado el pasado 21 de marzo, que es adquirir mayor conciencia de nuestra dignidad de personas, hijos e hijas de Dios. Descubrir la propia dignidad y la de los demás nos lleva a valorar la propia vida y la de nuestros semejantes, como don de Dios que ha de ser respetado y promovido, descubrir la verdad que nos hace libres, nos lleva a actuar con mayor responsabilidad en la obligación de construir la sociedad con sentido de justicia, lo que nos hace  promotores de la paz. Regresamos pues a nuestra Diócesis cargadas y cargados de esperanza, confiados en la segura protección de la Virgen María de Guadalupe. Que Dios les bendiga y les proteja con todas y todos quienes viven en Coahuila.

Antes de terminar quiero enviar desde aquí un afectuoso saludo a Javier Sicilia y todas y todos las y los adherentes al Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad para México. Les encomiendo a la Santísima Virgen y le pedimos a ella que les anime a perseverar en su noble propósito. Amén.

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