Tuesday, December 29, 2009

50 AÑOS DE AUSENCIA DE REYES


Coral Aguirre
 

Se fue un 27 de diciembre de 1959 y sin saberlo, nos quedamos sin Su América. Quién abundaría después en hacer un todo armónico y generoso desde la Patagonia hasta los bordes del Río Bravo. Quiénes se obstinarían como él en seguir sosteniendo nuestros lazos y nuestras historias semejantes. Quisiera saberlo. Hoy, ahora, leyendo las cosas del Sur y de la revista Sur, advierto qué lejos estuvimos de sus aspiraciones.
Dicen que Nuestra América, fue un término acuñado por Waldo Frank, el norteamericano que soñara con la unión americana, vaya redundancia, y que entonces Victoria Ocampo a su impulso creó la famosa revista. Leo y releo y nadie nombra la otra América, la del regiomontano, la de Ureña su amigo, ¿la de Gabriela Mistral? Porque hube de saber que la de mis antiguos pagos reunía el Norte y el Sur, y a eso llamaban nuestra América.
Querían anexarse la fuerza del Norte para nombrarla, y así realizar el diálogo con la Europa centralista y única. No la que nombraba Reyes, la del hablar común, el decir cantado, el lengüerio nuestro, la del mestizaje y los bordes sobre los que circulamos, América y Europa juntas en puro equilibrio con la raza de atrás, la que no se nombra, esa que llevamos incluso sin querer adherida a nuestros huesos de tal manera que nos hace crear y pensar y construir lo que siempre ha desdeñado Europa.
Sólo por eso es bueno recordarlo y releer sus ideas acerca de la inteligencia americana. Sólo por eso, a veces cuando se ironiza a propósito del mágico pensamiento que todavía no hemos superado, y nuestras filosofías, incluso la de Dussel, la de Galeano, son ponderadas como apuntes antropológicos en medio de ficciones, magias e inventos, es bueno saborear una vez más los límites que nos han hecho más rotundos. Ni españoles, menos europeos, ni indígenas completos, ni blancos íntegros, ni negros como los africanos. Mestizos. En ninguna parte. Porque América Latina se bambolea al borde de las seducciones que vienen de Europa y del Norte y sin embargo, lo dice Reyes, sigue tozudamente siendo ella misma, en el mero filo de la navaja. Con su color desparejo, los ojos negros, amarronados o verdosos, y en la punta de los dedos, la invención de sus estilos de mirar, de tocar, de oír. Letras, Cine, Plástica…y lo que se dé.
Sancionado por Borges, se repite una y otra vez, que su escritura renovó la prosa castellana, también de ello debiéramos echar mano más a menudo. Leerlo, es hundirse en todos los timbres, tonos, modulaciones, de las que el español es suntuoso, la lengua que hiciera exclamar a Voltaire que no hay otra más sonora y más bella. Como Gabriela Mistral, Reyes nos honra con su palabra colorida y suntuosa. Con el tiempo, a la vista de tanta escritura superficial y esquemática, a veces pienso que hemos perdido el acento entrañable, furioso, del decir de ellos. Los recorro cada día con el mismo asombro y la misma sed de, ni siquiera emularlos, sino serles fiel.

Y por fin, me quedan las resonancias de su mirar posándose sobre todas las cosas. Las pequeñas, las cotidianas, como el Río de la Plata que los porteños llamaban color de bronce y a él sólo le pareció color de caca, y la otra instancia brava y fragosa, (sic), nuestra naturaleza, nuestra índole americana, y nuestro esfuerzo porque sea “la base bruta de la historia”. La nuestra. La verdadera. La que no se puede cambiar por piedritas de colores.

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