Sunday, August 10, 2008

Poniatowska: el compromiso de consignar

Rosario Alonso Martín

Desde sus inicios como periodista y narradora en 1953, la vasta obra de Elena Poniatowska se ha caracterizado por la voluntad de consignar la realidad a través de sus entrevistas, crónicas y reportajes. Capaz de recrear en sus páginas la historia reciente de México, país del que no es originaria y al que conscientemente eligió pertenecer, la autora ha practicado la escritura de un género híbrido en el que conjuga los múltiples elementos corales que configuran una crónica narrativa cercana al testimonio, deudora del “nuevo periodismo” estadunidense, cercana a la historia oral de la que se sirve la antropología y capaz de documentar sus novelas, mosaicos narrativo de la historia contemporánea de su país.

La concesión del Premio Rómulo Gallegos 2007 a la autora, por la novela El tren pasa primero, la consagra finalmente como narradora tras una larga y fructífera trayectoria en la que su trabajo en los periódicos parece haber primado sobre su escritura novelesca. Iniciada muy tempranamente en el periodismo, sus crónicas, entrevistas y reportajes, de una gran originalidad que transciende las barreras de los géneros, fueron desde el principio seguidos y leídos por un público que, a lo largo de los años, se ha acostumbrado a verla como a una figura indispensable en el periodismo mexicano, no sólo como autora de fuste, sino como figura de referencia ética y moral, capaz de asistir a los hechos más dramáticos y complejos de la historia contemporánea de México y reflejarlos fielmente en su escritura. Comprometida con la realidad de su tiempo, Poniatowska parece practicar la ubicuidad con su presencia en los medios de comunicación más diversos, publicar crónicas que despiertan la conciencia del país y, al mismo tiempo, ser reconocida internacionalmente como narradora. El Premio Alfaguara de Novela 2001 y el Rómulo Gallegos 2007 suponen una consagración, pero no una renuncia, ya que la autora no ha perdido su voluntad de consignar, su “obligación” de relatar los episodios más determinantes de la historia contemporánea de su país, ya sea a través de su trabajo periodístico inmediato, ya sea a través de crónicas convertidas en libros o novelas sumamente documentadas y deudoras de la realidad. En consecuencia, Poniatowska disfruta en la actualidad de su reconocimiento narrativo y, al mismo tiempo, escribe y publica casi en tiempo real su última crónica, Amanecer en el Zócalo, la que narra el plantón realizado por los seguidores de Andrés Manuel López Obrador en la Plaza de la Constitución. La obra, de nuevo una personal crónica coral, nos devuelve a una autora cercana, partícipe y testigo de la historia real que revitaliza su propio estilo, fiel a sus principios y, de nuevo, sumamente comprometida con su voluntad de consignar. Una autora capaz de trascender las páginas de los periódicos para llegar a la permanencia del libro publicado, que fija en el imaginario del lector y en el transcurso del tiempo la historia mexicana contemporánea de a pie, aquella silenciada por los cauces oficiales, que precisa de una voluntad valiente y comprometida para mostrarse.

CONTRA LA OCULTACIÓN Y EL MIEDO





Las crónicas publicadas de Elena Poniatowska nacen de la negativa por parte del periódico en el que entonces ella colaboraba para publicar sus acusadoras páginas. La tragedia se silenciaba, una tragedia que sacudió al país el 2 de octubre de 1968, cuando el ejército mexicano intervino en una manifestación estudiantil celebrada en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, provocando una masacre determinante para el país en su posterior desarrollo político, cultural y vital. Tras un esperanzador período de protestas estudiantiles inspiradas por el mayo francés y los movimientos libertarios de los años sesenta, el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz respondió ocupando Ciudad Universitaria y permitiendo la matanza. Un silencio denso se adueñó del país y fue precisamente Elena Poniatowska, tras visitar el escenario de la masacre un día después, quien inició el proceso de escritura del que sería el primer libro sobre ella publicado en 1971: La noche de Tlatelolco, una crónica plena de imágenes en el que se eleva un “nosotros” que narra el desarrollo de los hechos a un gestor testimonial que aparece levemente como destinatario del relato.

En medio de una atmósfera de ocultación y miedo, Poniatowska inició una investigación minuciosa en la que visitó a los líderes estudiantiles encarcelados. Con sus testimonios, los soportes textuales sacados de periódicos, las pintadas, graffitis , poemas de autores consagrados, como Octavio Paz y Rosario Castellanos, declaraciones anónimas y manifiestos, Poniatowska constituyó La noche de Tlatelolco. Testimonios de historia oral, mural ensangrentado que se erigió como primera experiencia de creación colectiva dirigido por una mano vigorosa y valiente, que reconoce abiertamente el origen de cada uno de los retazos textuales que lo conforman:

En su mayoría, estos testimonios fueron recogidos en octubre y en noviembre de 1968. Los estudiantes presos dieron los suyos en el curso de los dos años siguientes. Este relato les pertenece. Está hecho con sus palabras, sus luchas, sus errores, su dolor y su asombro [...] Aquí está el eco del grito de los que murieron y el grito de los que quedaron. Aquí está su indignación y sus protestas. Es el grito mudo que se atoró en miles de gargantas, en miles de ojos desorbitados por el espanto el 2 de octubre de 1968, en la noche de Tlatelolco.

El silencio oficial –Poniatowska fue víctima de numerosas amenazas, y su editorial y el libro no fueron en absoluto promocionados ni respaldados– no pudo acallar una nueva forma de interpretar la sociedad mexicana llena de valentía, que no se limitó a relejar la tragedia de Tlatelolco, sino que continuó relatando sus secuelas en una serie de crónicas que, rechazadas por los periódicos de la época, conformaron el segundo volumen de la que hemos denominado Trilogía Trágica: Fuerte es el silencio, de 1980, en el que la voz coral colectiva se sustituye por una sola voz, poética, ausente, pero siempre atenta a los ecos que documenta y reproduce. Formada por un prólogo y cinco crónicas, la obra vuelve a retomar la intrahistoria protagonizada por los anónimos y silenciados informantes de Elena Poniatowska:

Al principio, cuando les preguntaba: “¿Cómo se llama usted?” venía el sobresalto: “¿Quién?” “Usted”, “Usted”, “¿Yo?”, “Sí, usted.” “Pues póngale nomás Juan o lo que quiera... Ciro me llamo, pero puedo responder a otro nombre, al que usted mande, cualquiera es bueno.” Me di cuenta de que su “¿Quién?” equivale a “Nadie” [...] Se convierte a los mexicanos pobres en nadie. Si la mayoría sólo existe de bulto (es “el pueblo”) los pobres no tienen voz. Fuerte es su silencio.

En estas crónicas dedicadas a los niños de la calle, a los presos políticos de Tlatelolco, a los desaparecidos políticos y a los movimientos cooperativas campesinos anteriores a la guerrilla, Poniatowska exhibe su talento para mostrar una voz presente y acusadora. Implicada, la suya resuena en medio de los informantes y sus referencias a la primera persona son constantes, lo que supone un cambio frente a su primera crónica de Tlatelolco:

ÁNGELES DE CIUDAD.

Cuando estoy fuera de México –cosa que no sucede con frecuencia porque como a todos los mexicanos me cuesta un trabajo horrible salir de esta espantosa ciudad–, hay una calle en la que hago converger toda mi nostalgia: San Juan de Letrán. Me preguntan que cómo puede gustarme esa calle tan fea. Es que yo estudié taquimecanografía en una academia de San Juan de Letrán, pero como no era una alumna aplicada bajaba a la avenida para levantar ojos de azoro ante la Torre Latinoamericana, ir al Sanborns de los Azulejos y comprar chocolates rellenos en Lady Baltimore.



Se trata de una forma distinta de hacer crónica y testimonio, más subjetiva e incluso novelesca, en la que la voz del narrador cobra una nueva e insospechada importancia. La interacción entre los diferentes géneros periodísticos y literarios es una característica de toda la producción de Poniatowska. Pero es en la crónica y en el testimonio donde su destreza para manejar varios planos del discurso es más acusada. Los suyos son textos híbridos en los que se confunden la entrevista, la observación costumbrista, el alegato, la trascripción certera de la oralidad, el detalle significativo, la agudeza crítica y la subjetividad, todo sin perder su valor estilístico, su carácter autorreferencial y su fortísima carga de denuncia.

LA TRILOGÍA TRÁGICA

Los desastres, esta vez naturales, no habían cesado para el sufrido pueblo de México. Más vinculada en su trabajo editorial y colectivo con La noche de Tlatelolco, la crónica del terremoto producido en México el 19 de septiembre de 1985, y publicada en 1988 bajo el significativo título de Nada, nadie. Las voces del temblor, cierra lo que hemos denominado la Trilogía Trágica de Elena Poniatowska. En los tres volúmenes, el carácter de testimonio oral está implícito en el título: La noche de Tlatelolco, testimonios de historia oral; Fuerte es el silencio; Nada, nadie, las voces del temblor. En el primero y en el último, la autora aparece levemente como segunda persona que recibe el relato de otros, soporte textual de la comunicación oral; en el segundo, la voz subjetiva es protagonista del relato, y en los tres libros los elementos híbridos se superponen para acentuar su verismo y su carácter periodístico que, en los tres casos, se había negado a seguir publicando sus crónicas, por lo que la autora recurrió a su edición en forma de libro. Se trata de textos incómodos que constituyen una denuncia a los poderes institucionales, en el caso de Nada, Nadie... hacia un gobierno que se niega a aceptar la ayuda internacional ante el desastre, que tiene una respuesta lenta y desorganizada tras el terremoto, y que había permitido a las constructoras utilizar materiales de ínfima calidad, lo que se tradujo en un mayor número de muertos y damnificados. La sociedad civil asumió los rescates y el auxilio de las víctimas. En ese movimiento espontáneo, Poniatowska no sólo recibió testimonios, escribió y publicó; también ayudó, organizó colectas, fue una de las muchas manos anónimas dispuestas a colaborar activa, directamente.
Con estos referentes de compromiso activo con los episodios más dolorosos de la historia mexicana moderna, la sociedad ha recurrido a Poniatowska para que escriba libros sobre diversas cuestiones candentes de la realidad mexicana. Suyos son numerosos textos sobre la revuelta zapatista, hecho histórico que, al tener una gran resonancia mediática, ha sido menos trabajado por la autora. Sus artículos periodísticos siguen mostrando su compromiso con la dolorosa actualidad del país y es requerida para escribir libros de crónicas acerca de episodios sangrantes. En este contexto situamos la publicación de otra crónica en el año 2000 sobre un hecho vergonzoso para la opinión pública mexicana: en 1999 una niña de trece años, víctima de una violación, es obligada por las autoridades panistas de su estado a tener a su hijo. Poniatowska, que escribe Las mil y una... (la herida de Paulina) como un encargo de las feministas Marta Lamas e Isabel Vericat, quien acompaña a Elena, lo asume como un pretexto para atacar la discriminación femenina, el poder de la Iglesia, el boicoteo de las asociaciones civiles por parte del gobierno mexicano, y para abordar de forma tangencial problemas tan acuciantes como la desaparición de las mujeres en la frontera con Estados Unidos, la explotación de los mexicanos (sobre todo de las mujeres) en las maquiladoras del país vecino y la inmigración ilegal.


Obra menor, Las mil y una... responde a las constantes que caracterizan las crónicas y testimonios de Poniatowska: el texto aparece dividido en unidades y profusamente titulado de forma sumamente significativa, y las entrevistas se confunden con textos de toda factura, creando un resultado híbrido en el que la imagen cobra gran importancia (en este volumen muchas de las fotografías son de Mariana Yampolsky). Asimismo, la autorreferencia también está presente en esta crónica centrada en la reivindicación de la mujer:

Si me hice periodista es porque sólo he tenido preguntas, nunca certezas. De lo que sí estoy segura es de mis intenciones. Siempre me han atemorizado los juicios devastadores, los que descalifican, los que condenan, los irascibles, los defensores de verdades absolutas o los que se atreven a ir en contra de la integridad de los demás. Muy pronto descubrí a las minorías y me identifiqué con ellas. Son mi legión. Los que creía más cerca, los que para mí eran el reflejo del amor de Dios, me sentenciaron y de haberlo podido habrían vulnerado mi tímido proyecto de vida.

ES UN HONOR...

El proyecto de vida de Poniatowska ha sido, desde sus inicios, de una extraordinaria coherencia. Incapaz de disfrutar de su consolidada posición, siempre está atenta al devenir de la historia mexicana y presta al activismo. Por todo ello no hay que sorprenderse de su apoyo al candidato presidencial de la izquierda Andrés Manuel López Obrador, y su participación en los diferentes actos de desobediencia civil que acompañaron la discutida elección del actual presidente de México. Durante cincuenta días, entre 3 mil y 5 mil personas ocuparon los diez kilómetros que median entre la carismática Plaza del Zócalo y la Fuente de Petróleos, colapsando la arteria central de la capital mexicana. Los cuarenta y siete campamentos de todo el país que se plantaron para defender el voto por voto, que según los partidarios de la izquierda le darían la victoria a López Obrador tras una elección sumamente discutible e igualada, supusieron la mayor manifestación ciudadana desde los tiempos de Tlatelolco y dividieron al país. Poniatowska, que había recibido no sólo críticas, sino un ataque frontal y mediático por parte de ciertos sectores de la política mexicana por su decidido apoyo al candidato y su ponencia cultural con vistas a un nuevo gobierno, participó en el plantón con sus intervenciones públicas y escribió, prácticamente sobre la marcha, una crónica de los cincuenta días que fue publicada con tal premura que la autora prescindió de su editorial combativa de siempre, Era, para entregarle el manuscrito a Planeta. Indudablemente, la inmediatez es una de las características de esta crónica, Amanecer en el Zócalo, que se inicia el 29 de julio del 2006 y se cierra con una entrada fechada el 17 de septiembre, crónica que recorre un movimiento iniciado oficialmente el 29 de julio y finalizado el 16 de septiembre.



Para el lector de Poniatowska, la última de sus crónicas está formada por los materiales heterogéneos que conforman su original discurso: entrevistas a los protagonistas e informantes a pie de calle, fotografías, discursos –un elemento que lastra el texto en exceso lo constituye la trascripción íntegra de los discursos de López Obrador– fragmentos periodísticos... un mosaico textual estructurado de una forma novedosa. Partícipe del movimiento, testigo privilegiado, Poniatowska cuenta el plantón desde una visión personal, desde el discurso más íntimo, el del diario personal. Las entradas a los diferentes capítulos subdivididos, como es su costumbre, en forma de párrafos significativamente titulados, son entradas de diario, relato íntimo en el que Poniatowska narra lo que ve, refleja aquello que le cuentan y, sobre todo, plasma sus sentimientos con una sinceridad tan cercana que resulta al lector extrañamente inocente, candorosa incluso. Crónica personal, crónica activa, la prosa de la autora constituye un relato desde dentro, que no ahorra las críticas ni sus propias dudas. Sin protagonismo ni vehemencia alguna, Poniatowska narra con la minucia e intimidad que corresponde a un diario íntimo las contradicciones que observa, la admiración que le despiertan personajes como el propio López Obrador, la actriz y activista Jesusa Rodríguez, a quien le dedica el libro, y los ataques que sufre así como la incomprensión de su propio medio:

Voy al Zócalo. En la noche, Kitzia, mi única hermana, me llama de Estados Unidos, su voz muy aguda resuena en mi pequeña recámara: “¿Te crees Juana de Arco o te pegaste en la cabeza? Estás totalmente zafada, nunca has estado en la realidad pero ahora menos. amlo es un engañabobos que va a llevar al país al desastre y tu ahí pegada. Salte, mana, salte, esa gente no te merece, salte.” Le digo que he recibido muchas llamadas de insultos. “Tú te las buscas por ilusa.”



Partícipe del plantón, Poniatowska refleja los cincuenta días que devolvieron a México a la efervescencia propia de los años sesenta. Ocupada la vía principal de la ciudad, miles de personas se enfrentaban al frío, la lluvia, el fuerte granizo y la incomprensión de los habitantes de la capital para exigir un recuento pormenorizado de los votos. La intendencia y la forma de entretener a tal cantidad de personas, se reveló un logro más de la sociedad civil, capaz de asociarse, defenderse y unirse de nuevo, mostrando a la autora sus vidas interrumpidas, sus anhelos de mejoría y su esperanza en un futuro mejor, al tiempo que convertían la calle en su casa y la generosidad en la norma. Atenta de nuevo a las voces de la calle, Poniatowska recorre el plantón, cronista siempre, política a su pesar, insertando sus dudas y sus miedos en el relato oral que sus interlocutores le proporcionan:

Mis muertos me acompañan y me preguntan qué haces y les respondo que ahora ando en el plantón no porque sea revolucionaria, ni marxista ni leninista, sino porque aquí hay gente tan buena y noble como la que conocí durante mi adolescencia, mi juventud y mi madurez, aristócratas desprendidos con los que no hablo de lucha de clases (porque no sé hablar de eso) [...] Al igual que los ricos, los proletarios pueden ser arrogantes y corrientes (porque la insolencia siempre es corriente) y sus aspiraciones los asemejan: tienen una casa y quieren otra, un coche y quieren otro, pero aquí en el plantón sólo hay gente que desea que se acabe un sistema represivo, sí, pero lo desean como si tomaran el té de las cinco, con elegancia.

Como a lo largo de su dilatada trayectoria, Poniatowska se debate entre su tarea de escritora, su trabajo personal y creativo y su deseo de bajar a la plaza pública, en este caso nunca mejor dicho, y participar activamente en una sociedad civil que tiene pocas oportunidades de mostrar su disconformidad y organizarse al margen de las maltrechas alianzas partidistas. Sabedora de su proyección personal como activista, tremendamente escéptica con los políticos, y de una valentía de la que pocos intelectuales hacen gala, Poniatowska se decide por participar en el plantón y vivirlo, una experiencia que no se desmonta tras la pérdida y la decepción, sino que se convierte en libro, en experiencia compartida y perdurable. De nuevo la prosa de la autora le devuelve al país el relato de su historia contemporánea, ya sea en forma de crónica o de novela documentada, instrumentos ambos para interpretar el pasado, el presente y el futuro de una sociedad convulsa:

Claro que ahora no escribo una página ¿Dónde están mis agallas? Sin embargo, la realidad me jala, mi país me toma por la garganta y me ahorca. En Europa, en Estados Unidos cada quien puede sentarse en su casa a escribir sobre lo que se le da la gana, aquí en México, la realidad se mete a tu casa por las ventanas y te avasalla y te saca a la calle. ¿Cómo quedarte encerrada en un terremoto? ¿Cómo cuando el país está a punto de quedar paralizado con una gran huelga ferrocarrilera? ¿Cómo cuando se masacra estudiantes? ¿Cómo cuando se comete un fraude de esta magnitud?




La respuesta a las preguntas retóricas de la autora son estos textos Nada, Nadie ; Las voces del temblor; El tren pasa primero; La noche de Tlatelolco o Amanecer en el Zócalo. producto del compromiso de Elena Poniatowska consigo misma y con el país al que eligió pertenecer; compromiso de reflejar, relatar, testimoniar su historia viva y cotidiana y de participar activamente en la medida de sus posibilidades en la lucha de una sociedad civil por unos derechos que le han sido constantemente negados por el poder. Capaz de integrar su escritura personal, su aliento narrativo de creadora en novelas que reivindican la lucha social y testimonian una época silenciada, como es el caso de El tren pasa primero, la más reciente de sus obras de ficción, Poniatowska no olvida el trabajo diario del reportero de calle, la crónica cotidiana que, más tarde, se convierte en libro, en página perdurable. Una crónica que en el caso de Amanecer en el Zócalo otorga una nueva voz a la gestora testimonial al uso, al periodista interlocutor. Se trata de un diario personal, el de una batalla cotidiana contra los elementos, contra el fraude y contra las propias contradicciones personales de una escritora que ha hecho de su sinceridad y su lucidez un retrato certero de aquellos días de lucha, sus anónimos protagonistas y su propia persona. Una protagonista que le da una nueva dimensión a la crónica, el compromiso de mostrar aquello que ve, oye y siente, la dimensión personal que hace épica una aventura colectiva: aquella que se enfrenta a una masacre, a una injusticia, a un terremoto, a más injusticia, más, más todavía.


Si me hice periodista es porque sólo he tenido preguntas, nunca certezas. De lo que sí estoy segura es de mis intenciones. Siempre me han atemorizado los juicios devastadores, los que descalifican, los que condenan, los irascibles, los defensores de verdades absolutas o los que se atreven a ir en contra de la integridad de los demás.

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