Tuesday, January 22, 2008

ELLAS



Rosa Esther Beltrán Enríquez/ Saltillo

Elena, Martha y Yolanda estuvieron en México por más de un mes, venían de Nicaragua. Yo platiqué con ellas la noche en que partirían para Houston. Habían llegado a Belén, Posada del migrante de Saltillo, esa mañana.
El día que nos vimos era una tarde muy agradable y cálida de diciembre, todavía había sol. Cuando llegué estaban merendando pastel con café, que por cierto llenaba con su agradable aroma el patio de Belén. Había muchas mujeres, lo cual es un fenómeno nuevo en la posada, ya que hasta hace poco tiempo el tránsito de migrantes era mayoritariamente de varones.

Elena y Martha son hermanas gemelas, ambas tienen hijos, han sido empleadas de empresas maquiladoras por mucho tiempo en su país, también han sido empleadas domésticas en Costa Rica. Son hijas de campesinos y aunque expresan que la comida no les ha faltado, en su nación las condiciones de pobreza avanzan, hay una falta de esperanza en ese país en lo que puede pasar luego del advenimiento de un Gobierno socialista que implicaba muchos cambios y que podía dar alguna posibilidad de bonanza.

En Nicaragua hay una fuga permanente y sostenida de mano de obra y una fuga de cerebros que psicológicamente implica el deseo permanente de abandonar el país y la falta de confianza en lo que pueda pasar a nivel inmediato. Esa situación está carcomiendo las estructuras de la sociedad porque que muchos de los que emigran en su momento tenían un trabajo e ingreso mas o menos estable, por lo tanto no se habla de una fuga desesperada sino que ha habido gente que ha preferido trabajar en otros lados, dejar su energía en otras partes, con la idea de que podría recibir un poco más de ingreso y en esa aventura de ir en pos del paraíso norteamericano hay casos en los que se convierte en una pesadilla y en un infierno.

Elena y Martha dejaron a sus hijos con la madre de ellas, los niños son pequeños, la tarde que nos vimos uno de ellos cumplió años y Elena le llamó por teléfono para felicitarlo. Las tres habían llegado por la mañana, viajaron en el tren y todavía mantenían la sensación del intenso frío que tuvieron que padecer durante más de 12 horas de viaje.

En un mes que tienen viajando hacia el norte, las nicaragüenses fueron deportadas desde una ciudad de Oaxaca y volvieron a ingresar a México; cuando yo las vi, estaban muy cansadas, pero esperanzadas por el hecho de que se encontraban a poco más de ocho horas de distancia para llegar a su meta y esa misma noche dejarían Saltillo.

Yolanda traía unos zapatos muy viejos, cuando se los vi, pensé que si tuvieran que caminar por el desierto seguramente se lastimaría mucho sus pies. Cuando las dejé en la posada, me sentí casi avergonzada ante mí misma de pensar que mientras yo cenaría a gusto en mi casa y tendría calor de hogar, ellas partirían hacia la total incertidumbre. Pero nada las detiene: cansancio, hambre, enfermedad, ataques de pandilla, agresiones de policías y agentes migratorios, discriminación, secuestro, violaciones sexuales. Tampoco la latente amenaza de la muerte.

¡Qué fuertes son estas mujeres, qué valientes! Tener un futuro para ellas tiene un costo en el que puede estar de por medio su vida. Además, si logran cruzar la línea divisoria y encuentran trabajo allá por lo regular las trabajadoras emigrantes se ven sometidas a exámenes periódicos para determinar si están embarazadas y a la expulsión de las que deciden no abortar. También, en muchos países los trabajadores domésticos migrantes, en su mayoría mujeres, son excluidos de las leyes de protección laboral o no son elegibles para tener permisos de trabajo, con lo que son aún más vulnerables a la violencia y la explotación.
Elena, Martha, Yolanda, yo espero que ya estén más allá de la frontera y se encuentren con sus familiares y puedan tener una vida digna para ustedes y sus hijos.

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