Friday, May 04, 2007

El Violín: se acabó la música

José Woldenberg

"El Violín" es una historia sobria y conmovedora. Lo primero porque su director, Francisco Vargas, intentó y logró hacer a un lado esa parafernalia gratuita que suele acompañar a buena parte del cine de casi todas las latitudes. Adelgazó el relato, pulió los elementos, contuvo los posibles excesos y construyó un relato pulcro y contenido. Y conmovedora porque recupera con maestría el abc de toda creación verdadera: la invención de unas vidas y unos acontecimientos que son contados desde el punto de vista único e intransferible del autor. De ahí su tono, su atmósfera, su intensidad.

En "El violín" irrumpen unos paisajes, rostros, situaciones que parecían erradicados del cine nacional. En ese sentido se convierte en una subversión de los usos y costumbres de la producción cinematográfica más reciente tan satisfecha de no salir de los laberintos de las capas medias urbanas. Francisco Vargas y su equipo vuelven los ojos a ese otro México oculto, inasible desde la ambición comercial, pero siempre presente en la conformación de ese país escindido y fragmentado, al que por inercia y facilidad llamamos México.

La guerrilla y el ejército se encuentran en una lucha desigual. El ejército ocupa los pueblos y la cauda de tortura, amenazas, abusos y violaciones hace su aparición. Muertos y torturados. Migrantes forzados y campamentos provisionales de refugiados. Y grupos guerrilleros que esperan crecer para entonces sí ajustar cuentas. Vargas no indaga en las causas de esa guerra. Tampoco se detiene en el proyecto guerrillero. Pero utiliza la más que grave y opresiva situación para narrar la historia de un campesino -violinista manco- que con astucia y valor intenta ayudar a los suyos, sólo para ser utilizado por el ejército para atrapar a la dirigencia guerrillera, entre la que se encuentra su propio hijo Genaro (Gerardo Taracena).

Pero el resumen de la trama induce a caer en el error de reducir la película a su anécdota. Y "El violín" es mucho más que eso. Es la historia de las relaciones entre el abuelo, el hijo y el nieto, que en la superficie parecen frías y que, sin embargo, están rodeadas de un aura de calidez y comprensión recíproca que las vuelve luminosas. Es además el despliegue de las relaciones ambiguas -a ratos tensas y a ratos cálidas y finalmente imposibles- entre don Plutarco (Ángel Tavira) y el jefe militar (Dagoberto Gama). Es el paisaje físico y humano del "México Profundo" que diría Guillermo Bonfil Batalla. Es a final de cuentas la historia trágica de un puñado de hombres.

Pero es también una estética. Francisco Vargas opta por la dignidad del blanco y negro. Sabe o intuye que esos sembradíos de maíz, esas milpas cultivadas con el azadón, esos pueblos enclavados en la montaña, esos caminos terrosos, esos rostros, esos esqueléticos burdeles y esas casas de madera, pueden perder elocuencia y fuerza dramática con el color. El blanco y negro se convierte entonces en una paleta de colores más viva que la del arco iris. Se trata de las tonalidades de la gravedad y el decoro. A eso hay que sumar unos encuadres que parecen conjugar y al mismo tiempo estar equidistantes del preciosismo de Gabriel Figueroa y la fuerza brutal de un documental de guerra.

El personaje central -don Plutarco Hidalgo- es una presencia excepcional: correosa como el pan envejecido, dura como la piedra, vertical y flexible como el tallo del maíz y portadora de una sabiduría decantada por una tradición oral que se remonta al inicio de los tiempos. Sabe que toda biografía tiene un final y que la mejor desembocadura de la vida es la que se cursa con dignidad. De ahí la respuesta seca, pero exacta a las exigencias y amenazas reiteradas del militar que lo conmina a tocar: "Se acabó la música".

Hay insinuado en la película un cierto paralelismo entre las rutinas militares de ambos bandos. La jerarquía vertical, los ejercicios físicos y guerreros, el juego con las armas, se repiten (y editan) tanto entre los militares como entre los guerrilleros, y son el telón de fondo que anuncia el desenlace trágico. Ello me parece un enorme acierto. Porque una vez que se activa la espiral de la violencia -más allá de ganadores o perdedores coyunturales, por encima de la epopeya o la sevicia-, la estación terminal siempre es la muerte.

Sin embargo, en ese terreno, no todo es perfecto. Hay un maniqueísmo implícito a lo largo del filme. Los guerrilleros son una comunidad homogénea, sin fisuras ni contradicciones, son ahora sí que "los buenos de la película". Ello acaba por convertirlos en una especie de coro indiferenciado que pierde sustancia y terrenalidad. Igualmente la historia/leyenda que le cuenta el abuelo al nieto y que desemboca en el combate entre "los hombres verdaderos" (noción que no deja de producirme un malestar informe) y quienes encarnan la envida y la ambición resulta truculenta, ajena a un personaje como don Plutarco. Pero en fin...

Pero más allá de esas reservas (ultrasubjetivas, personales y quizá intransferibles), lo cierto es que "El Violín" es una película extraña entre nosotros. Y paradójicamente su originalidad se alimenta de su afán por redescubrir esas historias subterráneas que modelan todos los días el rostro del país y las relaciones sociales que le dan forma y deforman. Porque al final de cuentas, si bien el cine no tiene por qué ser siempre y bajo cualquier circunstancia un "espejo" (imposible) de la realidad, no está nada mal que de vez en vez alguien con talento y sensibilidad nos enfrente a las contrahechuras y monstruosidades del llamado, no sin una buena carga de eufemismo, tejido social mexicano.

Selección de texto: Alma Ramírez

3 comments:

Ome said...

Woldenberg tiene razón, el violín es una historia conmovedora, pero creo que se desvía del punto cuando dice que lo logra "porque recupera con maestría el abc de toda creación verdadera: la invención de unas vidas y unos acontecimientos que son contados desde el punto de vista único e intransferible del autor. De ahí su tono, su atmósfera, su intensidad." No toda creación verdadera es emotiva, no toda conmueve, ni toda realidad carece de ella. No es la creación ni la invención lo que le da emotividad a la película. La mayor virtud de “El violín” es que logre reflejar, a pesar de su tiempo indeterminado, o quizá precisamente por eso, realidades que pudieron haber ocurrido hace 30 años o pueden estar ocurriendo ahora, en cualquier país de Latinoamérica, aquí en México: militares que violan mujeres, como en Michoacán y en Zongolica -perdón, muertes por gastritis-. Que reprimen movimientos sociales legítimos, como en Oaxaca -perdón, que restauran el estado de derecho.

Yo creo que muchos comparten ese punto de vista "intransferible" y de ahí que se conmuevan, que nos conmovamos.

En “El violín” irrumpen no sólo "paisajes, rostros, situaciones que parecían erradicados del cine nacional", sino paisajes, rostros, situaciones que se quieren erradicar de la realidad. Hay que erradicar al indígena, al rural, al campesino, al obrero; a menos, claro está, que se dejen absorber por el sistema. Hay que erradicar al campo y a la naturaleza; hay que reemplazarlos con maquinas, con fábricas, con talleres de trabajo esclavo. Hay que erradicar las situaciones en donde hay cabida para la dignidad, en donde la gente no se vende por un taco o para recuperar su violín, en donde la gente no mata sólo porque en la pobreza vio que comería mejor si mataba a otros tan pobres como él. En fin, situaciones en donde la gente resiste. Hay que erradicar esas situaciones aunque sea negándolas y confinándolas al reino de "la invención de unas vidas y unos acontecimientos que son contados desde el punto de vista único e intransferible del autor". Yo creo que de hecho pasan, no en lugares lejanos, no en situaciones muy diferentes.

Es cierto, la historia de “El violín” es una historia de hombres y de sus relaciones interpersonales, pero no podemos olvidar el contexto. Esos hombres son lo que son y tienen esas relaciones, en esa manera tan particular por el contexto histórico y social en el que se desenvuelven. "Es a final de cuentas la historia trágica de un puñado de hombres", pero ¿trágica como en la tragedia griega? ¿Quiere decir Woldenberg que lo que ahí se juega es el destino? ¿Es el destino de los hombres vivir como dominados o dominadores? ¿Acaso no es precisamente trágica porque pudo haber sido de otra manera? Porque a pesar de su amor por la música, que de alguna manera los acerca, don Plutarco y el militar no pueden ni podrán jamás ser amigos en ese contexto; es justo la realidad lo que se los impide. Pero eso no es lo trágico, si fuera inescapable ¿para qué nos preocupamos o nos mortificamos? lo trágico es que se imaginan siendo amigos, siendo maestro y alumno, siendo músicos, se imaginan en otro mundo que no los obligue a ser enemigos a pesar de ser tan parecidos, a pesar de tener un origen tan cercano, gustos tan afines. "Si por mí fuera yo ya me hubiera largado" le dice el militar a don Plutarco ante la pregunta y petición de dejarlos en paz. Si olvidamos el contexto no entendemos nada.

Es bonito entregarse a la belleza de la fotografía, es fácil dejarse llevar por la música, y es cierto que la película está presentada impecablemente, pero en mi opinión, antes que ser una estética es una ética. No desmerece el trabajo de fotografía, la elección del color, el talento de los actores y actrices, pero no hay que olvidar la historia que se cuenta.

Como bien lo aprecia Woldenberg, hay un paralelismo, porque si de algo hay que cuidarnos es de repetir los errores del que oprime, del que desata la violencia, del que viola, del que asesina, errores que no tienen que ver con la táctica o la estrategia, sino con la dignidad humana; el que falla en respetar la dignidad del otro, no importa quién sea, ni en qué bando milite, ni cuál sea su causa. Lo que ya no alcanza a ver es que, aunque no sabemos las causas en la película, sí vemos las atrocidades cometidas por los militares, sí vemos el abuso de los terratenientes. Y es aquí donde no entiendo: ¿cómo puede ser "la historia/leyenda que le cuenta el abuelo al nieto" "ajena a un personaje como don Plutarco"? Pues ¿es que Plutarco no ve que han secuestrado, torturado y asesinado a su nuera? ¿no ve que lo han sacado de sus tierras? ¿no ve que tiene que pedir permiso para llevarse su violín y evitar que muera su cosecha? ¿no ve después que matan a su hijo? ¿no ve que, a pesar de ser un hombre honrado, no le prestan una mula si no firma un papel en blanco? O ¿es que Woldenberg piensa que no hay casos como el de don Plutarco, que no existen esas situaciones? Quizá se quería una historia en donde se cometieran atrocidades de ambos bandos, quizá hubiera sido mejor, pero hay que recordar que están en una lucha desigual, y el poderoso siempre está en ventaja para destruir completamente al otro, para oprimirlo, para quitarle sus cosas. No parece probable que don Plutarco le robara la mula al patrón o que violaran a unos militares o que le quitaran su violín al militar. Los militares son de profesión militares, los guerrilleros son siempre otra cosa antes de ser orillados a levantarse en armas. Quizá la historia parece ajena a don Plutarco porque debería ser nuestra respuesta natural el ser sumisos, el resistir sin queja ni maniqueísmo el abuso del poderoso. Quizá así debería ser el mexicano.

Woldenberg vislumbra el problema: si las perspectivas son "ultrasubjetivas, personales y quizá intransferibles" pues muchos que no han sufrido las injusticias en carne propia, no entienden la situación y sólo pueden hablar de sus propias perspectivas "ultrasubjetivas, personales y quizá intransferibles" que no tienen nada en común con una parte de la población que sí las ha sufrido y las sigue sufriendo. Pero, como dije líneas arriba, a mí no me parece tan personal, tan ultrasubjetivo, ni tan intransferible, pues podemos relacionarnos con los personajes más allá de la pura empatía imaginativa. No es que me pinten la situación de manera clara y distinta, ni que sepan manipular los sentimientos, sino que lo entiendo porque en mi propio país hay descontento, hay opresión y represión, hay violaciones y torturas de parte de otros mexicanos que recibieron tales ordenes -perdón, que decidieron por sí mismos maltratar tros durante esos operativos o misiones. Porque lo que pasa en la película no me es, al menos no del todo, desconocido. Que alguien no se sienta aludido de un lado o del otro, no significa que la perspectiva sea personal, sectaria, subjetiva, individual, ni mucho menos intransferible.

No podría estar más de acuerdo con sus palabras finales. Como he venido diciendo no es la ficción sino el reflejo, aunque sea parcial, de lo que ocurre. El retrato de lo que sucede. Por supuesto si te lo cuentan de la manera en que lo cuenta “El violín”, con esa dirección, con esas actuaciones, con esa fotografía, pues bien, qué mejor.

proudemax said...

Te robé la imagen del violín... pero ya indico de dónde la he sacado.

Espero que no te moleste.
si no, dímelo por favor!

Y por cierto, muy interesantes las palabras sobre el violín!

Anonymous said...

Desde Monterrey, México.

Las imágenes son para que se rolen, debieran no tener propietarios. Es evidsente que celebro la utilización del gráfico.

Mi correo es critersa@gmail.com

Me agradaría tener contacto contigo, un abrazo


René Zúñiga