Wednesday, January 24, 2007

Slim y Babel

Sergio Aguayo Quezada


Mientras un grupo de mexicanos cosecha triunfos internacionales -con las películas "Babel" y "El laberinto del fauno"-, fuentes bien informadas aseguran que la revista Forbes anunciará en marzo que la riqueza del mexicano Carlos Slim ha dado otro brinco espectacular. Los dos primeros provocan orgullo; el segundo, dolor de estómago.

Aunque es siempre subjetivo definir el "éxito", éste se obtiene cuando se vive feliz con lo que se tiene o se alcanzan las metas fijadas. El "éxito" también depende de la aprobación social que varía dependiendo del grupo y la sociedad; hay una gran diferencia entre lo que el capo espera del sicario y lo que el obispo elogia en el seminarista.

Con imágenes, sonido y actores, Alejandro González Iñárritu hace creíbles y atractivas las historias escritas por Guillermo Arriaga, quien utiliza técnicas literarias para elaborar obras para cine en donde aborda asuntos tan universales como la incomunicación, la muerte, el amor y la veleidosa fortuna. Tres profesionales completan este notable equipo: Rodrigo Prieto maneja la fotografía; Brigitte Broch, el arte, y Gustavo Santaolalla, la música.

Nunca antes un grupo de cineastas mexicanos había logrado tanto éxito en un tiempo tan corto. En sólo siete años, tres películas -"Amores Perros" (2000), "21 Gramos" (2003) y "Babel" (2006)- han cosechado 54 reconocimientos. Con la última, "Babel", recibió el Globo de Oro y ayer recibió siete nominaciones incluida la de mejor director. Guillermo del Toro destaca haciendo películas de cine fantástico y con "El Laberinto del Fauno", una coproducción con España ambientada en la Guerra Civil de ese país, tiene seis nominaciones. Habría finalmente que incluir el Globo de Oro obtenido por Salma Hayek por una serie televisiva. El éxito de estos mexicanos en el exterior impresiona, porque compiten con sus iguales en un ambiente caracterizado por la ferocidad.

Carlos Slim es otro mexicano exitoso. En El Semanario del 18 de enero del 2007, Dolia Estévez lanza una primicia: en marzo, Forbes informará que su fortuna pasará de 30 mil a 50 mil millones de dólares. Su ascenso es vertiginoso. En el 2004 era la vigésima séptima persona más rica del mundo, en marzo del 2006 ya había brincado al tercer lugar y, de confirmarse la cifra, llegará al segundo puesto.

Slim es un empresario que se ha ido labrando su fortuna con inteligencia, astucia y trabajo. También ha sido esencial la destreza con la que ha cultivado a los gobernantes, incluso a quienes se odian entre sí. De Carlos Salinas obtuvo Teléfonos de México y de Andrés Manuel López Obrador, la posibilidad de incursionar en el mercado inmobiliario del Centro Histórico capitalino.

Su éxito deja mal sabor de boca porque algunas de sus empresas utilizan prácticas monopólicas. Cada mes le pagamos a Telmex tarifas altísimas y Telcel, además de costosa, tiene un arsenal de triquiñuelas para retener al cliente. Si se quiere cancelar el contrato de un celular, el cliente debe presentarse el día exacto en la oficina precisa y cualquier falla o descuido sirve para mantenerlo atrapado en una telaraña de fácil acceso y difícil salida. Slim no es el único; México es territorio fértil para quienes se disputan el premio al "Monopolio más despiadado".

Sabemos lo que pasa, pero no podemos combatirlo, porque el Gobierno se hace el desentendido e intenta frenar el expolio creando pesadas y costosas burocracias cuyo papel es más bien testimonial. La Procuraduría Federal del Consumidor es buena para informar y pésima para defender al consumidor. Esta situación alimenta una creciente irritación entre los consumidores.

Hace un par de años, Denise Dresser publicó una memorable columna en la que sintetizaba el problema: "...el perdedor en la construcción del imperio Slim tiene nombre y apellido. Sus datos aparecen en cada cuenta de Teléfonos de México y en cada recibo de América Móvil y en cada suscripción de Prodigy. El perdedor es el consumidor mexicano". ("El verdadero Innombrable", EL NORTE, 28 de marzo del 2005). La situación no ha cambiado desde entonces.

El 31 de diciembre, Genaro Villamil escribió en Proceso sobre los altos costos de los servicios de telecomunicaciones que tenemos en México. Un alto funcionario de Telmex, Arturo Elías Ayub, respondió con algunas precisiones y, en el ejemplar del 21 de enero, Raúl Trejo Delarbre terció en la polémica haciendo una comparación del costo del acceso a Internet en México y otros países. Concluye que Telmex carga "un precio 112 veces mayor al que hubiera pagado si viviera en Japón. La misma velocidad habría resultado 56 más barata en Francia y 14 veces menos costosa en Estados Unidos".

En su columna para El Semanario, la aguda periodista Dolia Estévez añade algunas consideraciones sobre el magnate mexicano: "Su único credo es hacer más dinero. De confirmarse el incremento [de 30 a 50 mil millones de dólares], habría duplicado su fortuna en sólo tres años. Quienes lo conocen dicen que padece de un mal compulsivo que procura controlar comprando todo lo que le apetece... como las mujeres que creen que el antídoto de la depresión es el shopping".

Dos historias de éxito con repercusiones bien diferentes. La producción cinematográfica triunfa y nos enriquece con sus reflexiones sobre la condición humana y una globalización que provoca incomunicación; Telmex hace todo lo que puede para que los mexicanos sigamos mal comunicados. Babel es una metáfora de la vulnerabilidad humana y Telmex ejemplifica nuestra indefensión ante la voracidad de los monopolios. En México no existen los Faunos de Del Toro y somos exprimidos ante la indiferencia de una clase política absorta en sus disputas por el poder. Hay de éxitos a éxitos.

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