Thursday, December 21, 2006

LA INDIGNIDAD EN UN FERETRO


Una muerte lenta

Augusto Pinochet, otrora poderoso como un rey, la muerte lo encontró temeroso, oculto y solitario. Vivía en la paradoja de tener que parecer loco para seguir libre. Si aparecía sano, hubiera acelerado su condena, señala Proceso en su edición de este domingo 17 de diciembre.

Todo le estaba vedado. Hasta sus característicos chistes podrían perjudicarle: habrían sido muestra de lucidez. En sus últimos meses sus ojos se evidenciaban cansados y perdidos. Parlanchín como era, el silencio le provocaba sufrimiento.

Cosas del destino que se construyó: La muerte le llegó justo cuando Lucía, su mujer, celebraba sus 84 años. Murió en el Día Internacional de los Derechos Humanos, medio país celebró su fin y no tuvo los honores que imaginó para sus restos el capitán general del Ejército, el “padre del nuevo Chile”. Es el sino de los grandes, dicen los suyos. Es el justo final de un traidor, piensan los de la otra vereda.

Aunque en el principio del fin de su poder Augusto Pinochet gozó de una coraza institucional fabricada para protegerlo, el exdictador padeció el repudio popular y, poco a poco, también embates jurídicos desde tribunales internacionales. A su muerte, Chile continúa desmontando, en un proceso gradual pero hasta ahora sostenido, la estructura política del autoritarismo, dice el reportaje que aparece este domingo 17 en Proceso.

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