Saturday, September 23, 2006

Opinión...

Juan Ulises Hernández Jiménez


En el tránsito hacia la democracia, los medios de comunicación impresos y electrónicos juegan y jugarán un papel muy importante, en la medida en que estos se democraticen y cumplan con su papel social de informar con veracidad a la ciudadanía de todo lo que acontece en los diversos ámbitos de la sociedad, de manera que todos sin excepción estemos bien informados y contemos con los elementos necesarios que nos permitan tomar decisiones, sin ser más víctimas de los manipuladores de opinión pública que sirven a los distintos grupos de poder o al "poder invisible", como lo califica Bobbio (1).

Por razones estructurales, sabemos que nuestros países por su forma de desarrollo, mantienen un desfasamiento entre el desarrollo económico y el político, donde el segundo marcha más aprisa que el primero, hecho que algunos científicos sociales consideran que representa el problema principal para la democracia(2), toda vez que quienes vivimos bajo regímenes de este tipo nos vemos en la disyuntiva de optar entre la necesidad de vivir en una democracia con resultados económicos poco fiables como es el caso de México, o bien pensar en la posibilidad de contar con una "dictadura con justicia social" que permita ver resultados a más corto plazo en cuanto al bienestar material, priorizando lo económico sobre lo político y sus avances.

El problema que se nos presenta entonces, es cómo lograr un mejor sistema democrático que vaya acompañado de mayor justicia social, haciendo posible que el término democracia sea sinónimo de bienestar para todos, aún cuando este tipo de políticas ya se agotó en el mundo. Este es uno de los retos de la democracia, sus resultados económicos y sociales.

Pero en un México con diversas corrientes políticas actuando en su seno, donde cada una de ellas visualiza de diferente forma el camino hacia la democracia, obliga a los actores sociales a consensar mecanismos que permitan que la democracia goce de una unanimidad ficticia (3), donde este concepto es entendido como un sistema protector de la libertad individual, independientemente de los atributos que veamos de manera particular o grupal, que tiene la existencia de un sistema democrático.

Otro de los retos de la democracia, independientemente de la capacidad de las instituciones para estructurarla y darle funcionamiento, así como de la competencia política entre quienes se disputan el privilegio de dirigirlas, Nohlen enfatiza que es la necesidad de conocer cuál es la actitud de los sectores sociales hacia las instituciones y las élites que las dirigen, entendiendo esto como parte de la cultura política de la población, cultura surgida de un movimiento armado y de un sistema político que la utilizó como una forma de legitimar su dominio a través del discurso de la Revolución Mexicana.

Pero, sin menospreciar las gacetillas del siglo pasado y los planteamientos de Zarco, podemos decir que junto con la Revolución Mexicana surgieron también los medios de comunicación impresos que, conforme al modelo de los grandes diarios de Estados Unidos, comenzaron a informar a los sectores medios y altos de lo que pasaba en el país de acuerdo a su muy particular forma de entender la realidad nacional y conforme a los intereses políticos con los que se les relacionaba entonces.

En 1923, la radio, un medio electrónico de comunicación, se sumó a la lista de instrumentos del sistema para enviar mensajes a los ciudadanos, aunque no supieran leer, para ir dando forma al bagaje de la cultura política que el discurso de la Revolución llevaba a los mexicanos.

El Universal y Excelsior, fueron periódicos que por las posturas que adoptaban ante acontecimientos sociales de magnitud como la guerra Cristera, ponían en entredicho la legitimidad del régimen revolucionario, por lo que en 1929, con el Partido Nacional Revolucionario, se crea el diario El Nacional Revolucionario, mismo que está por desaparecer como vocero del gobierno, pero que en los años 30 sirvió para consolidar el manejo del discurso de la Revolución como una forma legitimadora del sistema político en formación.

Desde ese momento se pensó que era necesario moldear la actitud que debían tomar los sectores, a través de los medios de comunicación, hacia las instituciones revolucionarias y las élites que las dirigían, estructurando para ello un discurso legitimador, mismo que difundirían los medios durante décadas.

Sin duda, como lo han expresado prestigiados politólogos, la democracia está integrada por una multitud de resortes, palancas y ductos que se contraponen en un complejo equilibrio y una de esas herramientas que sirve para moldear la conciencia ciudadana de manera que, se legitime o deslegitime un sistema político, son los medios de comunicación.

México, desde su nacimiento como nación libre y soberana, mostró un desfasamiento estructural entre lo económico y lo político, ya que los actores sociales con el fin de expandir el capitalismo agrario y comercial realizaron una serie de acciones típicas del fomentalismo, mismas que al entrar en crisis provocaron un movimiento armado que dio sustento a diversos grupos en el reparto del poder político en México, sin olvidar que tanto el régimen que se combatía como el que nació, obedecían al mismo proyecto histórico: el desarrollo del capitalismo (4).

De esta forma, diversos factores dieron origen a una situación sui generis en cuanto a la composición de la nueva clase dominante de la nación, por grupos que buscaron el control político del país, avalando sus acciones en las proclamas de la Revolución Mexicana que difundían por los medios a su alcance.

La identidad de los actores sociales, sabemos que procede del liberalismo mexicano que tuvo su cuna en las Leyes de Reforma de 1857, conformándose así el bagaje político, cultural y social de la sociedad mexicana en su conjunto que las élites difundían entre sus integrantes, porque eran ellas las que tenían el predominio como clase política o sector dominante de los sectores subalternos; todo con diversos matices.

En este siglo, los actores sociales obtienen en la Revolución su identidad y con la ayuda de los medios de comunicación van moldeando a la sociedad para que acepte como legítimo su discurso, dando paso a un desarrollo reformista con radicalismo de masas (5) en algunos momentos de la historia, en los que la clase emergente dominante buscaba el control del gobierno, pero siempre evitando que el radicalismo no fuera excesivo y que tuviera el consenso de las clases sociales.

Se da entonces un Estado Mexicano administrado por los herederos de la Revolución, sin la participación directa de la burguesía y con políticas estatizantes como forma de controlar el peso de los intereses burgueses en la toma de decisiones económicas para el país, formando a la vez, una casta de políticos-empresarios.

Modelo de Revolución nacionalista que no socialista, antiimperialista (6) en el mejor de los casos, la mexicana se convierte después, gracias a su difusión por los medios, en ejemplo para América Latina, de donde los actores sociales toman su forma de pensar y su cultura como derivada de los ideales revolucionarios de 1910, enfrentando su proyecto de Nación a la de otros sectores subalternos de la sociedad que se aliaron a la burguesía o de la burguesía aliada a sectores revolucionarios minoritarios.

Es en esta búsqueda de un proyecto unitario que hiciera frente a los sectores subalternos reaccionarios, que nace el Partido de la Revolución como aglutinador de las fuerzas sociales surgidas y simpatizantes de los ideales del movimiento armado de 1910, de donde nace también toda una serie de discursos que proclaman la justicia social, el bienestar para la familia y la seguridad para todos los mexicanos.

El partido político que une y controla a los grupos revolucionarios diversos, necesitó de un bagaje ideológico para dar forma al discurso que legitimara a los gobiernos encabezados por ese instituto producto de la Revolución y de los revolucionarios. Nace así, el discurso de la Revolución como parte de la ideología dominante de la clase en el poder y los medios de comunicación juegan un papel importante para difundirlos como legitimantes del sistema social que surgió.

Por ello es que en la formación de este discurso ideológico de la Revolución, se encuentra el legado de los intelectuales del Ateneo, de los denominados siete Sabios, de la generación de 1915, las tesis de Vasconcelos y del maestro Lombardo que los medios de la época difundían entre los mexicanos, creando una ideología, una mentalidad que normara la actitud de la población hacia las nacientes élites que gobernaban.

La prensa documenta que partido y discurso son la forma de organización de los actores que antes se enfrentaron por la toma del poder y de posiciones dentro del gobierno de la Revolución, fue una manera de lograr ampliar su influencia en la toma de decisiones del grupo gobernante, conocido después, gracias a los medios, como familia revolucionaria.

Vemos entonces que el modelo de sustitución de importaciones propio del desarrollismo reformista (7), generó una expansión de las clases medias urbanas y transformó a los países rurales en países de ciudades medias con alto crecimiento demográfico. Dio pie también a un Estado basado en el clientelismo, con programas populistas que se legitimaron a través del tiempo y su difusión.

Esto generó una nueva composición de los actores dominantes y subalternos de la sociedad mexicana que fueron manifestándose en la recomposición de la clase política y en los diversos movimientos como el médico, ferrocarrilero, estudiantil y magisterial, principalmente y de los cuales los medios dieron cuenta con ciertos matices, como lo hicieron después con la llegada de los movimientos democratizadores de la clase política tradicional que se vio fracturada con la pérdida de lealtad entre sus miembros, producto esto de las nuevas formas de organización propia de las políticas neoliberales que en la búsqueda de mayor libertad económica, crean la coyuntura de mayor competencia política y la posibilidad de un tránsito a la democracia de manera pacífica.

De 1940 a la fecha, el Discurso de la Revolución tuvo en los medios de comunicación a sus principales voceros ante los diversos sectores sociales que en su momento lo acogieron como el que dictaba las normas de la conducta política de los actores sociales y de los ciudadanos que se sentían cobijados por los regímenes revolucionarios.

Pero parece que nunca nos dimos cuenta que la magia de la política mexicana logra con la ayuda de los medios de comunicación "... que en sólo 8 meses un hombre pase de la indigencia política más cabal a tener un poder casi absoluto sobre un país, una Nación y un Estado..."(8), como sucede con la elección sexenal de nuestro gobernante.

Es cuando los medios hacen que el presidente en turno se presente como el árbitro supremo de la sociedad y esto se proclama a los cuatro vientos como una verdad a "... cuya representatividad todos los grupos someten sus diferencias y por cuyo conducto legitiman sus intereses..."(9), se rinde el culto a la personalidad y "... se utilizan formas tradicionales de relación personal, el compadrazgo y el servilismo, como formas de dependencia y control..."(10).

Es cuando el presidente se convierte en una institución y su poder, en el poder institucional de la Revolución que lo llevó a ese sitio, donde tiene como gobernante su interpretación de los ideales de ese movimiento armado y su forma de justificarlos ante la sociedad en cada una de las acciones que su gobierno emprende y que difunde a través de los medios.

Vemos entonces que los medios de comunicación, forman parte también de la superestructura del Estado para ayudar a la legitimación del Discurso de la Revolución a través de los años, hasta llegar a los sexenios neoliberales que han llevado al país a esta situación de polarización de clases, donde se han revivido circunstancias similares a las del porfiriato, a pesar de estar a un siglo de distancias y en contextos distintos.

No olvidemos que el discurso dominante opera como una forma de hacer común la dominación de clase en todos los estratos de la sociedad y sobre todo, si el discurso es el del Presidente de la República, el cual lo utiliza como un medio de justificar sus acciones, obtener el consenso social y la autoridad para hacer sentir su poder ante los demás.

De ahí se afirma que "el discurso presidencial... está en la condición privilegiada de hablante de la que goza en un sistema presidencial... (donde) hay críticas que sólo el Presidente puede formular... además, el discurso presidencial tiene necesidad de presentarse como universal frente al conjunto de la sociedad..."(11). Y es el discurso presidencial el que jerarquizan los medios de comunicación, por así convenir, como el principal de sus notas, dándole a la voz del Presidente, como en la era de los aztecas, la resonancia de la voz del Tlatoani, a través del cual los dioses hacen saber sus designios a la sociedad dominada, en este caso, por un sistema presidencial, planeado como la forma de terminar el poder de los caudillos de la Revolución, pero asegurando la legitimidad de los gobiernos emanados de ella.


LA DEMOCRACIA DIFUNDIDA POR LOS MEDIOS

Si nos trasladamos a los 30 y leemos la crónica periodística de la época, vemos que los medios de comunicación preparaban la llegada del "Presidente Caballero" (12) al poder en una etapa de gran efervescencia revolucionaria entre los grupos que se disputaban la conducción de la Revolución, difundiendo a la nación la convocatoria a una nueva asamblea nacional constituyente del Partido de la Revolución que, después de 9 años de creado, cambiaba su nombre de Partido Nacional Revolucionario (PNR) a Partido de la Revolución Mexicana(PRM). Había que fijar ese concepto entre la población a través de su constante difusión.

El 31 de marzo de 1938, el escenario lucía así: "...una gran decoración alusiva representando a los obreros, campesinos y militares... en la Revolución, y a los lados grandes banderas: la enseña nacional y la rojinegra del proletariado..."(13).

La reseña periodística nos dice que cada sector ocupó las butacas que le fueron seleccionadas de manera anticipada: los obreros, campesinos, militares y el populacho, a quienes se les entregó de antemano la declaración de principios, el programa y los estatutos del nuevo partido del que ya formaban parte y donde se establecía la necesidad de lograr una "... democracia funcional... (que) reconoce la existencia de la lucha de clases..."(14).

Pero no era todo, el lenguaje constituido por palabras y significados distintos jugaba un papel importante en la conformación del discurso de los distintos sectores y se daba por hecho que el destino de nuestro país dependía del "... programa de la Revolución..." (15).

Ya como precandidato del Partido de la Revolución como hasta ahora se ha denominado al que detenta el poder desde 1929, Manuel Avila Camacho, el último general Presidente que borró de la Constitución la frase que preconizaba la educación socialista en México, declaraba que la Revolución estaba en marcha en la búsqueda de mejoras económicas para la población a través de la justicia econ¢mica de acuerdo a la riqueza potencial de nuestra patria, a lo que la prensa hacía eco.

Lo importante leíamos, era fortalecer económicamente al país para poder vivir en plenitud a la Revolución con la aplicación de normas de justicia social. El Estado Mexicano se constituía así en el árbitro de la lucha de clases y en el garante de la armonía entre los distintos sectores sociales, quienes debían sacrificar sus intereses en aras de la unidad nacional y la construcción de un nuevo modelo de país bajo el mismo sistema social: un capitalismo a xico dentro de la ideología revolucionaria..."(16).

Y así lo hizo por diversos medios, porque esa era la mejor forma de darle contenido a los gobiernos emanados de la Revolución, construyendo un discurso que sirviera para dar legitimidad a las acciones emprendidas por los gobernantes y contar para ello con el consenso social de los sectores que se acogían a los beneficios del sistema, del cual no sabíamos si era democrático o no, pero al cual la sociedad se cobijaba.

El 18 de enero de 1946, se declaró oficialmente desaparecido el Partido de la Revolución Mexicana, surgiendo en su lugar el PRI con la finalidad de continuar la búsqueda de "... convertir en realidades elocuentes el programa social, económico y político que se trazó la Revolución Mexicana..."(17) con su lema de "democracia y justicia social".

Institucionalizada ya la Revolución, Miguel Alemán Valdez reafirma el concepto de la Revolución del cual se parte y hacía el cual se va en cuanto a sus principios e ideales y cuyo cumplimiento se va postergando de manera sexenal en la medida en que crecen y se desarrollan nuevas necesidades sociales de la población mexicana.

Al respecto, el líder del PRI, Rodolfo Sánchez Taboada advertía por medio de la prensa que en su partido "... (sólo) aceptaremos a todo aquel que... acate las leyes, el programa y los principios de la Revolución" (18).

Pero a cual Revolución se refería si la corriente Henriquista proclamaba ya la agonía del PRI, el otrora pujante y vigoroso partido revolucionario que "... lejos de mostrarnos fuerza y virilidad... nos revelan la euforia precursora de la muerte y el pánico de los enfermeros de que vaya a imputarse a ellos la defunción del incurable PRI" (19).

En esos momentos, los medios mostraban su simpatía por cierta difusión distinta a la institucional pero sin salirse de las normas, por ello publicaban afirmaciones como la de que el PRI ni era partido ni era revolucionario, puesto que lejos de cumplir con los ideales de la Revolución estaba al servicio de una camarilla, misma que a través de la coptación o de la represión en su caso, acababan con sus opositores, al viejo estilo del porfirismo.

Sólo que la incidencia ante la opinión pública de los medios impresos era tan poca como aún lo es en la actualidad, por lo que este tipo de declaraciones no llegaba a la población poco instruida en la lectura de medios, como hasta la fecha, toda vez que la población generalmente norma su criterio con base en los programas radiofónicos en un primer momento y después televisivos que les dictan normas de conductas y comportamiento.

Esas eran las primeras críticas públicas al discurso de la Revolución y sus ideales a cumplir como metas de gobierno, ya que denunciaba la existencia de una nueva dictadura, la del Presidente, al considerar que "... la Revoluci¢n ha sido falseada y por todas partes ha cundido la corrupción..." (20).

Pese a ello, la disputa por la representatividad de la Revolución cuando menos en el discurso, era el centro de la lucha política de las distintas facciones que buscaban la paternidad del termino y para ello se valían de los medios de comunicación.

Adolfo Ruiz Cortinez, ya como Presidente electo declararía que el propósito de su gobierno sería el de que todos los mexicanos disfrutaran de los logros de la Revolución en materia de paz, trabajo y justicia.

Esto porque "... para la Revolución... la patria es una, donde caben y deben caber todos los mexicanos, sin distinci¢n de credos religiosos o políticos, de condición social y económica y de la actividad a que se dediquen..."(21).

Aunque el triunfo electoral de Ruiz Cortinez fue cuestionado por los Henriquistas, el discurso de la Revolución que los medios recogían sirvió para proclamar que los programas y las conquistas revolucionarias se cumplirían, ya que quienes se oponen están en contra de este proceso y de estas conquistas con lo que se ganan el repudio del pueblo revolucionario o educado bajo ese discurso que dio forma a la cultura política del régimen.

Entonces, lo que los gobiernos de la Revolución buscan es consolidar y hacer realidad las conquistas del movimiento armado, expresado en acciones gubernamentales que son justificadas como demandas por cumplir y que se hacen realidad de acuerdo a la interpretaci¢n que hace el gobernante en turno.

Con López Mateos, el discurso de la Revolución fue más prolífico que en los anteriores y de ello documenta la prensa de la época.

Fiel a su posición de árbitro de la sociedad, pero simpatizante de ciertos sectores sociales, López Mateos termina con los diversos movimientos de trabajadores y habla de la determinación patriótica de los empresarios progresistas que, afirma, están dentro de los planes que postula el gobierno de la Revolución.

Considera que consolidado en el poder, el pueblo al votar por el PRI lo que hace es apoyar a los gobiernos que seguirán alentando los postulados y programas de la Revolución, esa era la percepción democrática que a través de los medios el sistema imponía a la población.

Por ello, el discurso hace deslizar a la Revolución por todos lados y en todas partes, como si tratara del Dios que la Iglesia predica nos cuida a todos, porque en cualquier lugar que estemos se encuentra. Igual el discurso de la Revolución como legitimante del sistema estaba presente.

Como cada 6 años, previos al destape del candidato presidencial, el dirigente en turno del PRI, calificaba como militante de la Revolución al presidente de México en turno y a los integrantes de este instituto como fieles a dicho movimiento y no sólo eso, sino que las acciones de dicho partido las presentaba orientadas por los postulados de la Revolución Mexicana, cuyos principios, se reiteraba constantemente en los medios, se encuentran ya arraigados en la conciencia nacional.

La lucha ideológica que se libraba en los medios era en funci¢n de la vigencia o no de la Revolución, del cumplimiento de los principios e ideales que la generaron.

Pero quienes criticaban a la Revolución, eran de inmediato calificados por los apólogos del movimiento armado como integrantes de los sectores contrarrevolucionarios que buscan desprestigiarla y atacan "... a sus organismos más genuinos por su fracaso..." (22).

La lucha de las ideas para legitimar a un sistema político, hace que ciertos conceptos como es el caso de "la Revolución", sean siempre reiterados para convertirlos en verdades sociales que tengan el consenso de la mayoría de la población de un país.

El término de la Revolución Mexicana, ha sido sin duda durante más de siete décadas, el más utilizado para convalidar las acciones de los gobiernos que surgieron de ese movimiento armado y para ello los medios han prestados gran servicio al sistema.

En términos cuantitativos, fue López Mateos, quien más utilizó el concepto de Revolución, pero cada presidente de acuerdo a las circunstancias sociales de su momento histórico, cualitativamente lo reiteraron como forma de legitimar sus acciones en contra de aquellos elementos que calificados de contrarios al regimen de la Revolución, sufrieron las consecuencias de no alinearse al carro y a las conductas de la familia revolucionaria.

Con la ayuda de los medios, la Revoluci¢n adaptaba sus principios.

Así, con el fin del desarrollo estabilizador, el Discurso de la Revolución se fue "adaptando" a las nuevas circunstancias de desarrollo de la sociedad mexicana, hasta la llegada de un nuevo modelo basado en promoción de las exportaciones y mayores inversiones extranjeras.

En 1969, el PRI reiteraba que la "fuerza legítima de la Revolución" se impondría de nuevo para que los mexicanos tuvieran en el Presidente Luis Echeverría Alvarez a un continuador del proceso revolucionario iniciado en 1910 y que a casi 60 años de ello, mediante el voto por la Revolución y sus gobiernos de los mexicanos, los mantenía en el poder.

Las definiciones e interpretaciones, como en cada época, continuaban validando y legitimando al sistema a través de su partido considerado como "fuerza legítima de la Revolución", "abanderado de los campesinos, obreros, clase media, vendedores y empleados", instituto político "continuador de la ruta de la Constitución" y "de su programa revolucionario", como podía leerse en la prensa escrita de ese momento (23).

Incluso, en un amago de prepotencia ideológica, el líder en turno del PRI, Alfonso Martínez Domínguez, declaró que no existía "...la remota posibilidad de que el PRI pueda algun día ser derrotado por fuerzas democráticas distintas a las instituciones revolucionarias, porque... el PRI es un partido mayoritario con una ideología y un programa bien definido, arraigado en la conciencia popular" (24) y la prensa convalidaba estos asertos.

Cuando se habló de la posibilidad de que nuevamente un secretario de Gobernación se convirtiera en el candidato de la Revolución, la prensa comenzó la apología del perfil del pr¢ximo Presidente, halagando sobre todo aquellas acciones que mostraban su actuación revolucionaria y su apego a los principios de la Revolución Mexicana. El ritual se repetía, nuevamente la Revolución se "adaptaba" a las necesidades de los integrantes de la familia revolucionaria.

Como cada seis años, se difundía un balance de los logros de la Revolución, de las metas a alcanzar considerando que la mexicana es una revolución cuya conclusión se busca lograr cada sexenio, según los conceptos de Díaz Ordaz, por lo que nuevamente había que reinterpretar el concepto.

La Revolución no había terminado, sus demandas esenciales simplemente se postergaban sexenalmente y así se reconocía y los mexicanos educados con la cultura de la Revolución, así lo creíamos.

Las frases se repetían: "...la Revolución continúa con todo vigor su marcha ascendente...", "... en estos momentos están las fuerzas revolucionarias del país más unidas...","... que no se detenga la marcha hacia el cumplimiento de los ideales mejores de la Independencia, de la Reforma y de la Revolución" (25), leíamos en la prensa.

Ante la "obra revolucionaria" del Presidente saliente, se planteaban las acciones de lo que sería la continuación del proceso revolucionario a realizar por el Presidente entrante.

Para 1976, la prensa documentaba ya la lucha de los técnicos contra los políticos que se expresaba en las esferas gubernamentales. La disputa del discurso de la Revolución y su forma de concebirla se veía de nuevo.

Con la candidatura del secretario de Hacienda, José López Portillo, se terminaba el camino de los políticos como dirigente de los gobiernos revolucionarios y se abría una brecha por la que los técnicos comenzarían a colocarse para lograr en el siguiente sexenio, su deseo de acceder al manejo del Discurso de la Revolución y de la administración pública de cuyo modelo, los medios servían para legitimarlo.

Pero la prensa de entonces, destacaba ya la preocupación del líder en turno del PRI, Jesús Reyes Heroles, de que "... en el seno de los gobiernos revolucionarios se incuban realidades contrarrevolucionarias..." (26), y eran tales que un sobrino del apóstol Madero, Pablo Emilio Madero, destacó que el PAN era el partido que más fielmente interpretaba los ideales de la Revolución Mexicana.

Inclusive algunos grupos del Partido de la Revolución hablaban ya de desviaciones, interrupciones y traiciones al movimiento armado, de parte de algunos que desde el poder decían seguir sus principios para bien de la Nación.

La disputa del Discurso de la Revolución se hacía más abierta en los medios de comunicación, aún cuando la apología de los logros de esta continuaba siendo la norma general, sólo que ahora se cuestionaba la figura de los revolucionarios y su verdadera convicción.

La prensa de 1980 hablaba ya del avance de la tecnocracia que poco a poco tenía dominio de la escena política nacional al grado que los tecnócratas habían hecho a un lado a los políticos en el aparato gubernamental.

Ese año, documentan los medios, el aniversario de la Revolución Mexicana tuvo como orador a un técnico, Miguel de la Madrid Hurtado, secretario de Programación y Presupuesto, quien aseguró que la administración pública "se seguirá supeditando a los fines de la política, vigilando la probidad revolucionaria..."(27).

Considerado entonces, como uno de los aspirantes presidenciales más técnicos y más ubicado a la derecha, Miguel de la Madrid, comenzó a apropiarse del Discurso de la Revolución, para adaptarlo a las circunstancias históricas que le tocó vivir de manera que las acciones que emprendiera tuvieran la legitimidad necesaria.

Ya como candidato del PRI y dueño del Discurso de la Revolución, MMH denominó a su campaña: "... la campaña de la Revolución, para la Revolución Mexicana... (de) esta nueva etapa de la Revolución"(28).

Así las cosas, las políticas neoliberales entrarían por la puerta grande a México en tanto que los grupos opositores se recomponían y demandaban la necesidad de una nueva Revolución, al considerar que la de 1910, no había arribado al logro de sus ideales.

Fueron publicitándose nuevas frases dentro del Discurso de la Revolución: "planeación democrática", "desarrollo nacionalista", ya que "los gobiernos de la Revolución se justifican sólo en la medida en que promueven la justicia social sobre bases firmes..." (29).

Pero ante la opinión pública cansada de la fraseología que los medios difundían, la fuerza legitimadora del Discurso de la Revolución seguía su marcha descendente y la clase política lo percibía en los resultados electorales y en la creciente marginalidad de las familias, con la puesta en marcha de las políticas neoliberales que iban polarizando a las clases sociales, lo que se documentaba en la prensa, donde también ocurrían cambios debido a la creciente competencia entre las editoras.

A raíz de estas contradicciones entre Revolución y sus metas a cumplir como postulados elementales, la división dentro de la clase política comienza a sentirse con el nacimiento de la Corriente Democrática al interior del PRI, cuyas denuncias en un primer momento sólo algunos medios comenzaron a difundir, la cual demandó que se retomaran los ideales del movimiento armado.

Pero esta no era la única traición a los ideales de la Revolución. El discurso del líder del PRI en turno, Jorge de la Vega, difundido profusamente en los medios, fue considerado por los democratizadores como presagio de una etapa de autoritarismo y de intolerancia contraria a los ideales de la Revolución Mexicana.

Ahora, los contrarrevolucionarios eran los que decían defender y gobernar bajo los postulados del movimiento armado de 1910, no los que estaban afuera del Partido de la Revolución sino los que estaban adentro del PRI, de acuerdo al manejo informativo que los medios daban ahora a estos disensos internos. Pero tuvieron que pasar varias décadas para que los calificativos de ser elementos de la reacción que los de adentro lanzaban en contra de los que se les oponían, ahora fueran al contrario.

La familia revolucionaria envuelta en una lucha entre políticos y técnicos, se desquebrajaba para dar paso a una nueva corriente revitalizadora del Discurso de la Revolución que continuara la búsqueda de la realización de los ideales que llevaron a la lucha a miles de mexicanos en 1910: justicia social y sufragio efectivo.

En una clara alusión a la forma en que el régimen se había legitimado, el Presidente Miguel de la Madrid, afirmó en una gira por Michoacán que "... en política no se puede vivir ya de prestado de la historia"(30), aludiendo a la Corriente Democrática del PRI que retomaba los postulados de la Revolución; de esa historia de la cual habían venido viviendo los regímenes emanados de ella, de esa historia de la que se aludía para legitimar al propio gobierno de MMH y que este parecía olvidar ante las circunstancias políticas que se dieron al fin de su sexenio.

Si ya no se iba a vivir prestado de la historia, de que iban a vivir entonces los gobiernos de la Revolución, si su tesis legitimante ya no era vigente en 1987, como lo recogía la prensa del país, misma que retomando las voces críticas del PRI, decía que la finalidad última de estos, era "...recuperar el proyecto nacionalista de la Revolución Mexicana..." (31), dando entender que este ya se había perdido en los gobiernos revolucionarios de los que formaban parte.

El mismo Discurso de la Revolución era puesto en entredicho por lo no realizado por los gobiernos que lo utilizaron como su legitimante social. Nacía un nuevo Discurso de la Revolución en los medios que prometía, ahora sí, recobrar la senda que llevara al país al cumplimiento de las metas, ideales y postulados no logrados.

La democracia a la mexicana y sus frases que los medios difundían se fue recomponiendo con la nueva élite que buscaba moldear la actitud de la población hacia las instituciones, ya que según palabras de Carlos Salinas ellos eran los integrantes de una nueva generación, "... la de la renovación nacional, la que está modernizando a México..." y para ello como candidato llamó a participar en su "...moderna campaña de la Revolución..." (32) para buscar la realización de los mismos ideales que sexenio tras sexenio se "adaptaban" a las circunstancias históricas del gobernante en turno.

Carlos Salinas, prometió entonces, la modernización del lenguaje como dándose cuenta de que ya no se ajustaba al tiempo en que le tocó ser candidato de la Revolución, de una Revolución cuestionada y de la que dijo continuaría para erradicar la pobreza extrema y ahora sí, asegurar la justicia social para todos los mexicanos.

"Nuestro camino para el cambio será la modernización nacionalista, democrática y popular. Será una modernización nacionalista, porque reafirma los valores fundamentales que nos dan identidad como mexicanos; porque abre una nueva etapa al proyecto de la Revolución...', ya que "el propósito medular de la Revolución Mexicana, que es la justicia social, no ha sido alcanzado..." (33), reconociendo que no obstante los gobiernos revolucionarios, pobreza y desigualdad seguían vigentes en el país.

Un nuevo discurso nacía, el del Banco Mundial que llamaba a la reforma del Estado a través de una redefinición de sus funciones para poder combatir la pobreza extrema, la corrupción y sentar las bases para una mejor gobernabilidad que alejara de los países las luchas civiles a través de una mayor participación ciudadana en las decisiones gubernamentales y una mayor competencia política institucional que permitiera a la vez, a las fuerzas del mercado, promover la competencia económica con la globalización de los mercados (34).

Ante la globalización económica que las fuerzas del mercado iban imponiendo, los medios de comunicación difundían que la modernización nacionalista y popular era el camino a seguir para "...hacer realidad a la Revolución... (que) se propuso crear un Estado fuerte", sólo que "nuestra Nación ha vivido al amparo de numerosas reformas emprendidas en nombre de la Revolución... (pero) la mayoría de las reformas de nuestra Revolución han agotado sus efectos y no son ya la garantía del nuevo desarrollo que exige el país. Debemos por ello, introducir cambios en el Estado... y crear nuevos modelos de participación y de relación política" (35), afirmaba Salinas de Gortari.

Justificaba la ejecución de la propuesta del Banco Mundial de privatizar paraestatales, parodiando a la Revolución: "un estado que no atienda al pueblo por estar ocupado administrando empresas no es justo ni es revolucionario... La privatización no deposita en manos ajenas al Estado la conducción del desarrollo; por el contrario, el Estado dispone ahora de recursos..." pero reconoce que "... más de un millón de habitantes...viven en condiciones incompatibles con el mandato de justicia de la Revolución Mexicana..." (36).

Y ante los mexicanos que han dejado de creer en la Revolución, en su gobierno y en el discurso que lo legitimaba, CSG lo justifica como producto de una mala percepción del mexicano debido a una ausencia de cambio prolongada durante sexenios, para lo que propone modernizar, sinónimo de adaptar, a su manera a la Revolución, su discurso y sus acciones.

Más que hablar de logros, el Discurso de la Revolución del segundo sexenio neoliberal, fue la de reconocer los rezagos y el incumplimiento de los postulados del movimiento armado.

Y le dio un nombre a su reforma de la Revolución que la prensa documentó; modernizando el lenguaje: liberalismo social no neoliberalismo, aún cuando las acciones son las propuestas por los organismos financieros internacionales.

Nuevas interpretaciones tenía el gobernante para aludirla: "La Revolución Mexicana no fue una sola; han existido dentro de ella varias concepciones y, por eso, varias expresiones de la misma Revolución; cada una en su tiempo y en su momento, tuvo su oportunidad y ejerció su respoel propio sistema había logrado con la ayuda de los medios de comunicación. Era necesario un nuevo vocabulario que reemplazara al viejo y que justificara los rezagos del movimiento revolucionario que se transformaban en derrotas electorales para los candidatos del otrora Partido de la Revolución.

Poco a poco, la Revolución se adapta hasta en los momentos de crisis sistémica con la aparición de nuevos términos que buscaban su nueva legitimación social. Quienes criticaron a los gobiernos surgidos de ella, también hacen uso del Discurso de la Revolución como legitimante de su actividad política, considerando que este discurso ideológico forma parte de la cultura nacional y de la conciencia del pueblo mexicano, por lo que se justifica su utilización como una forma de ganar consenso social que les permita arribar al poder con una concepción de reforma y búsqueda de los caminos que lleven al logro de las metas hasta ahora incumplidas de la Revolución.

El fin del discurso oficial de la Revolución sumió así al sistema político mexicano en una crisis de credibilidad.

Aún cuando diversos estudios señalan que la marginación y pobreza siempre han existido en nuestra nación, ahora notamos que se ha modificado la expresión de esta desigualdad social y la percepción que la propia poblaci¢n tiene de ella.

En este sentido el Discurso de la Revolución ha perdido legitimidad en los medios y ante la sociedad, como forma para dar validez a las acciones de los gobiernos emanados de ese movimiento armado y cuyas proclamas de alcanzar mejores niveles de vida han quedado rebasados por la realidad social que se vive.

En su momento el discurso fue legitimante al incrementarse los niveles de educación, empleo y salud de los mexicanos y de ello daba cuenta la prensa, pero las nuevas políticas económicas han incrementado la marginación y pobreza, decreciendo así las expectativas de bienestar para las familias.

En el pasado reciente hubo movilidad social y el Discurso de la Revolución era aglutinador de los sectores sociales, pero al desgastarse han surgido discursos heterogéneos antagónicos en lo económico y político al discurso que fue sustento fundamental del sistema político mexicano.

El reflejo del Discurso de la Revolución en la vida cotidiana y en las corrientes culturales que lo tuvieron como sostén ha ido desapareciendo con el proceso de transformación del país de 1982 a la fecha y la llegada de las políticas neoliberales.

Con esto, se reafirma que la legitimidad de un sistema político está en función del discurso que le da sustento moral y jurídico a la acción de los gobiernos, el cual se difunde de manera masiva a través de los medios, para normar la actitud de los sectores ante las instituciones y sus élites que las dirigen.

Un análisis del discurso de los sectores dominantes difundidos en la prensa, nos indica que este acude "... a una cierta sutileza constructiva, necesaria en la lucha política... a formas encubiertas del autoritarismo en relación con sus oyentes, adversarios o seguidores..." (38), llevando consigo un importante efecto ideológico en su contenido.

Es así como el discurso dominante opera como una estrategia de dominación al imponer al conjunto de las clases de la sociedad un "... modo de interacción socioverbal como uno de los mecanismos de reproducción de las relaciones de clase..." (39), mismo que se reproduce como cultura general de la Nación a la cual los individuos deben acogerse como norma a seguir, denominándose a esta ideología homogenizadora del consenso social, la "conciencia nacional".

Es en este rubro donde el discurso presidencial, adopta diversas formas de manipulación de los oyentes toda vez que es el único que "... está en la condición privilegiada de hablante de la que goza en un sistema presidencialista"(40).

Pero al abrirse una enorme brecha entre discurso y realidad social imperante en México, la universalidad del discurso se fue perdiendo y con ello su credibilidad ante la población como argumento central de legitimación de las acciones de gobierno del sistema político surgido de la Revolución.

Por ello es que el Discurso de la Revolución ha desaparecido de los actos oficiales ante la insatisfacción de las demandas sociales de mejores niveles de vida y seguridad para las familias que fueron la esencia de las políticas de justicia social comprometidas por la Revolución.

De ahí que la legitimidad del sistema político de la Revolución ha sido cuestionada en las urnas por la población, quien ha dejado de ser ya el sustento político-electoral del denominado Partido de la Revolución como se le conoció al PRI.

El discurso político como una forma de dominación de clase ha cambiado y los grupos de la clase dominante tradicional se disputan ahora la titularidad del nuevo discurso ante los medios de comunicación.

El discurso presidencial como aglutinador de la clase política dominante se ha fracturado, dando paso a nuevos grupos políticos que buscan ser los predominantes en el manejo del nuevo discurso basado en aquellas cosas que la Revolución no ha cumplido, pero que abren la expectativa de lograrse bajo nuevas formas de hacer política.

El discurso se desgasta de acuerdo a las épocas y contextos sociales de cada generación, de manera que lo que ayer sirvió como aglutinador de las masas y de legitimación de un sistema, deja de serlo si no se renuevan las expectativas de justicia social, de acuerdo a las nuevas necesidades de la sociedad.

Ahora, pese a que ha habido cambios de gobernantes en municipios y gubernaturas del país, estos aún no hacen posible que se reflejen las bondades de la Revolución Mexicana y menos los cambios estructurales, sólo ha habido cambios de partidos. Los tipos de conducta socialmente adquiridos y que se trasmiten con igual carácter por medio de símbolos para conformar el patrimonio intelectual y material de un pueblo, siguen siendo los de la cultura dominante del sistema político mexicano y, aunque ya muestran algunas variantes, estas no son aún los suficientes como para hablar de un cambio en la cultura política, donde aún predominan las inercias sistémicas.

El Discurso de la Revolución que dio identidad a los actores: Presidente de la República y gobierno, así como a los sectores subalternos de la sociedad mexicana, está desapareciendo de los medios de comunicación y con ello la identidad de los propios actores que configuran nuevos rostros aún confusos, en una transición política realizada por la clase dominante tradicional que se recompone y cambia su discurso.

Si damos como cierto lo dicho por destacado politólogo mexicano (41) de que la democracia exige y se sostiene con una pluralidad de ojos, de ideas y de voces, donde desde la multiplicidad de puntos de vista la verdad política se discute y la democracia no se funda en el monopolio del saber, sino en la diversidad de opiniones.

Es claro entonces que la pluralidad política que actualmente se vive en el país demanda de los medios de comunicación y de los periodistas, pluralidad y compromiso con la sociedad, a la que se deben los medios de comunicación, para hacer realidad la tesis que sostenía el maestro Leduc de que sólo con una prensa independiente de cualquier compromiso grupal o faccioso, era posible dar vida a una sociedad con poder réplica frente a los poderes.

En ese sentido, la relación de los medios de comunicación como una de las instituciones de la democracia, con respecto a las demás instituciones del Estado, debe ser clara y transparente, profesional para terminar con el manejo discrecional de la información que sirve para manipular a la opinión pública en un sentido o en otro.

No olvidemos que el derecho a la información que consagra la Constitución y la libertad de prensa son conceptos que están sujetos al interés político o económico de los periodistas y de los dueños de los medios de comunicación, de sus relaciones de alianza, su dependencia a alguna institución o al "poder invisible", o bien, del incumplimiento por parte de los editores del pago del salario mínimo profesional que establece la ley para los trabajadores de los diversos medios, que al no cubrirse promueve y propicia la corrupción del gremio periodístico.

Hay que terminar con la venta de protección que algunos medios ejercen a cambio de privilegios de diverso tipo, también con el tráfico de influencia y el compadrazgo que la cultura política ha establecido entre gobierno y medios, para dar paso a una relación profesional, respetuosa y cordial entre medios e instituciones, sin confundir nunca la actividad profesional del periodismo con la simpatía política que los periodistas como ciudadanos tenemos por alguna corriente de pensamiento en lo particular.

En México, más que restricciones de los poderes a la prensa, existe la autocensura que los medios de comunicación realizan de acuerdo a sus compromisos que tienen con el poder, misma que debe terminar. Debemos acabar con esa cultura de compra de conciencia por publicidad que por inercia se sigue practicando, para dar paso a un periodismo profesional, serio, respetable y comprometido con la sociedad en su conjunto.

Para ello debe derogarse la Ley de Imprenta de 1917 y dar paso a una nueva normatividad que oblige al Estado a cumplir con el derecho a la información que como ciudadanos tenemos todos, a través de una Ley Federal de Comunicación Social que norme la relación entre las instituciones públicas y los medios de comunicación.

A quienes la falta de esta normatividad los ha beneficiado, es obvio que se oponen a dicha reglamentación que terminaría con parte del "poder invisible" que ejercen en la sociedad, olvidando tal vez el perfil que un presidente de México hizo de los periodistas al calificarlos de "mendigos, embuteros y agazapados chingaqueditos a los que sabemos como aceitarles el hocico"(42). Olvidando también que todos los derechos de los mexicanos están debidamente reglamentados, como el derecho al empleo y su Ley Federal del Trabajo.

Es claro entonces que para que haya una buena relación entre pares, deben existir normas que la convaliden y le den vigencia, porque en el mundo actual de la revolución de las comunicaciones de masas, como advertía Sartori (43), se ha dado paso a un mundo horizontal donde el estado nacional se va perdiendo para generar sistemas sociales trasnacionales que van destruyendo los nichos y las barreras de la historia y las tradiciones culturales a pasos agigantados.

Y es este centralismo de la imagen que los medios manejan, la que puede excitar y manipular a las masas, sin que exista nadie quien controle la revolución de las comunicaciones ahora globalizadas.

Por ello, las relaciones entre las instituciones para la democracia no pueden estar sujetas al carácter de una persona, al interés de un grupo o a las necesidades de uno o la conveniencia del otro.

Los medios de comunicación que se deben a la sociedad, deben estar al servicio de la sociedad en su conjunto y no de algún grupo en lo particular para servir a la simulación y manipulación de la opinión pública.

La democratización de las instituciones que dan vida a la nación dependen de la democratización de los medios de comunicación que permitan forjar una cultura política pluralista, tolerante, con una estructura de pensamiento distinto al pasado autoritario del México y dar paso a un México más acorde con los nuevos vientos democráticos que nos permita encontrar en una fase posterior, una participación ciudadana creciente que logre conjuntar los avances políticos y económicos para lograr justicia social en la democracia.

La democracia pasa por los medios de comunicación.
Bibliografía(1) BOBBIO Norberto, EL FUTURO DE LA DEMOCRACIA, Fondo de Cultura Económica, México, 1986, pp. 22-24.
(2) NOHLEN, Dieter, DEMOCRACIA, TRANSICION Y GOBERNABILIDAD EN AMERICA LATINA, IFE, México 1996, pp. 31.
(3) SARTORI, Giovanni, LA POLITICA, LOGICA Y METODO EN LAS CIENCIAS SOCIALES, Fondo de Cultura Económica, México, 1995, pp. 319-331.
(4) CORDOVA Arnaldo, LA IDEOLOGIA DE LA REVOLUCION MEXICANA, Ediciones Era, México 1985, pp. 15-37.
(5) M. OLSON, LA LOGICA DE LA ACCION COLECTIVA, Limusa, México 1992, pp. 5-75.
(6) CORDOVA Arnaldo, LA FORMACION DEL PODER POLITICO EN MEXICO, Serie Popular Era, México 1974, pp. 12-69.
(7) M. OLSON, LA LOGICA..., Op Cit. pp. 73.
(8) COSIO VILLEGAS, Daniel, EL SISTEMA POLITICO MEXICANO, Cuadernos de Joaquín Mortiz, México 1973, pp. 15-67.
(9) CORDOVA Arnaldo, LA FORMACION... Op Cit. pp. 56.
(10) Ibíd.
(11) COSIO VILLEGAS, Daniel, EL SISTEMA... Op Cit., pp. 67.
(12) KRAUZE, Enrique, LA PRESIDENCIA IMPERIAL, Turquets Editores, México 1997, pp. 31.
(13) EL UNIVERSAL, SUCESIONES, DESTAPES Y ELECCIONES PRESIDENCIALES, Tomo I, Compañía Periodística Nacional, México 1993, pp. 1-4.
(14) Ibid. pp 4
(15) Ibid. pp. 6
(16) Ibid. pp. 32
(17) Ibid. pp. 71
(18) Ibid, Tomo II, pp. 87
(19) Ibid. pp. 94
(20) Ibid. pp. 96
(21) Ibid. pp. 117
(22) Ibid. pp. 193
(23) Ibid, Tomo III, pp. 1
(24) Ibid. pp. 8
(25) Ibid. pp. 34-35
(26) Ibid. pp. 72
(27) Ibid. pp. 113
(28) Ibid. pp. 128
(29) Ibid. pp. 145
(30) Ibid. pp. 170
(31) Ibid. pp. 184
(32) Ibíd. pp. 200
(33) LA JORNADA, SUPLEMENTO, 2 diciembre de 1988, Toma de protesta de Carlos Salinas de Gortari, pp. 2 y 5.
(34) BANCO MUNDIAL, INFORME SOBRE EL DESARROLLO MUNDIAL 1997, Versión traducida al español, México 1998, pp. 1-261.
(35) SALINAS DE GORTARI, Carlos, PRIMER INFORME DE GOBIERNO 1989, Presidencia de la República, México 1994, pp. 2-3.
(36) Ibíd. pp. 4 y 13.
(37) SALINAS DE GORTARI, Carlos, QUINTO INFORME DE GOBIERNO 1993, Presidencia de la República, México 1994, pp. 72.
(38) CARBO, Teresa, DISCURSO POLITICO: LECTURA Y ANALISIS, Cuadernos de la Casa Chata, Sep Cultura, México 1984, pp. 22-42.
(39) Ibíd.
(40) Ibíd.
(41) SILVA-HERZOG, Jesús, ESFERAS DE LA DEMOCRACIA, IFE, Cuadernos de Divulgación de la cultura democrática, México 1996, pp. 51-52.
(42) KRAUZE, Enrique, LA PRESIDENCIA... Op Cit. pp. 332-333.
(43) SARTORI, Giovanni, LA POLITICA... Op Cit. pp. 322-324.

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